Primer día de gimnasio y me siento como el oso Paddington entrando a la homónima estación de trenes de Londres. Los que han visto la película en cualquier de sus versiones -"Paddington Bear" de 1976, "The Adventures of Paddington Bear" de 1997 y la entretenidísima "Paddington" de 2014- sabrán de la sensación a la que apunto: el júbilo del peludo proveniente de los Andes peruanos al dar sus primeros pasos por el ansiado andén, y segundos después el desconcierto y la tristeza que lo embarga, ante un mundo que lo ignora.
No es que haya esperado un corte de cinta por mi ingreso. Ni que elevaran la bandera nacional o que un grupo de niños de la escuela más cercana bailaran cueca a modo de bienvenida, pero los gimnasios se han transformado en Chile en una gélida estación de trenes donde siempre hay ferrocarriles atrasados, donde nadie espera a nadie, un campo de tiro donde el amauterismo es sancionado con la pena máxima de la invisibilidad.
Hola, un gusto. Sí, es la idea, desestresarme, sudar un rato, bajar de peso, quizás hacer amistad. Es la conversación imaginaria que mastico antes de ingresar a la oficina del evaluador. Oteo y ahí dentro no hay nada distinto a una consulta pediátrica. Un escritorio, una silla, una báscula, un cuadro con la pirámide alimenticia y ese instrumento que debería contar en las declaraciones de los derechos humanos como la comprobación de que aún persiste la barbarie en el mundo: el plicómetro.
El plicómetro -herramienta que mide la grasa corporal- usado por una educadora de párvulos podría convertirse en pincel que se desliza con sinuosidad por la curvatura de mi abdomen, pero en manos del evaluador de turno me convierte en una res irresponsable a la que hay que esquilmar, reducir a su mínima expresión, traerla de regreso a la severa senda del deporte.
Es humillante el contraste entre el físico del ex marine que me evalúa y el mío. ¿Son sólo excusas que saca mi cerebro perezoso para invitarme a arrancar o definitivamente las áreas de marketing de las cadenas de gimnasios deberían usar para esta medición a un rechonchito como yo?
Las tareas de aquí en adelante son claras: menos alcohol -adiós Tabernero y Canada Dry-, menos frituras -adiós congrio frito- y una rutina diaria de treinta minutos de elíptica, series de abdominales invertidas y un set de ejercicios en máquinas que deberían hacerme dejar atrás ese aspecto de hombre nube.
Nadie se ha fijado en mis zapatillas nuevas. Menos en la camiseta que compré en blanco, negro y azul oscuro. Ni siquiera una mención amistosa a mi pulsera que mide latidos y pasos. Supongo que tendré que acostumbrarme a este gélido mundo. Nadie sonríe. Ni un mínimo atisbo de endorfinas, serotonina o dopamina en el ambiente. Los gimnasios, en Chile, son un asunto muy serio.
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