¡Qué malos son los fabricantes de automóviles! Desde que la acusación de que las marcas alemanas podrían estar organizadas en un cártel se propagó por todo el mundo, Wolfsburgo, Stuttgart y Múnich están sometidos al escarnio público. Una consecuencia lógica, porque tras el escandalo del diésel no terminan de levantar cabeza en cuanto a su credibilidad.
Ahora, los consorcios cierran filas en un momento en el que las investigaciones aún están en su fase inicial. Cuando todavía rige la presunción de inocencia, cada palabra equivocada puede costar millones y, probablemente, pronto solo hablarán los abogados.
Cambio en el tráfico y cambio energético
Mientras, los autoproclamados opositores del coche y contrarios al motor de combustión parecen disfrutar de esta situación. Por fin ven al eterno enemigo que contamina con energía fósil cerca del final de sus días. Sin embargo, de alguna forma el proceso es similar a esa revolución energética que no termina de llegar: un agujero de millones. Pese a haber a la aprobación de la autoridad estatal y a las fuertes subvenciones, muchas empresas alemanes de energía solar están yendo a la quiebra. La gente tampoco quiere molinos de viento ni líneas eléctricas en su propio jardín. Y, en última instancia, en el caso del motor se plantea la misma pregunta que respecto al cambio energético. ¿De dónde vendrán la electricidad y el calor cuando se apaguen todas las centrales eléctricas convencionales?
¿Coche eléctrico?
En lo referente la automoción, la pregunta sería: ¿Con qué circularemos si se prohíbe el motor de combustión? Está claro que con coches eléctricos. Esa sería la respuesta más rápida y precisamente ahí está el problema. Nadie sabe si funcionarán realmente. Además, el balance ecológico de los coches eléctricos es miserable. Y para llegar a sobrepasar la carga ecológica generada por un Tesla sería necesario conducir ocho años un Mercedes Clase E.
Un motor de combustión que consume menos de seis litros de gasolina tiene un impacto ambiental menor que los modelos Tesla con sus pesadas baterías. Además, millones y millones de coches eléctricos significarían millones y millones de baterías. Es decir, un aumento enorme del consumo de materiales como litio y cobalto. ¿Y de dónde se extrae el cobalto? En gran parte procede del Congo, un país carcomido por la corrupción y la guerra civil. Por regla general, son niños los que lo extraen trabajando en condiciones miserables. Y sin ese cobalto del Congo, el gran proyecto de los coches eléctricos nunca funcionaría.
Además, la fabricación de baterías también genera residuos venenosos y toneladas de CO2. Y cuando termine su ciclo productivo habrá que reciclarlas adecuadamente. En caso contrario, producirían aún más residuos.
Electrificar las carreteras
Por todas estas razones, el auto eléctrico quizás sirva como una tecnología de transición, pero también podría ser la célula de combustible la que se convertirá en la tecnología de propulsión del futuro. Nadie lo sabe todavía a ciencia cierta. Ni los predicadores visionarios ni los jefes de investigación de los consorcios automovilísticos pueden responder sinceramente a esa pregunta.
Quizás haya que buscar cambios en la movilidad en otras áreas. Por ejemplo, con más tranvías y autobuses eléctricos en el centro de las ciudades. ¿Por qué no electrificar las carreteras y utilizar autobuses o camiones con motores eléctricos enganchados a la línea de electricidad? No sería una novedad, porque son cosas que ya se han visto antes. El problema es que si observamos el desastre del cambio energético en Alemania, uno termina perdiendo la esperanza de que el cambio en el tráfico pueda llegar a buen puerto. Sobre todo, mientras los "chicos malos de la mafia" del automóvil sigan teniendo la última palabra.