¡Ay! Eso duele. En su último día de viaje, el ya octogenario papa Francisco se golpeó en la sien con el cristal del papamóvil tras una frenada de vehículo. Inflamación, bolsa de hielo, tiritas, ojo morado... unas gotas de sangre sobre su sotana blanca. Ha sido el único percance de los cuatro días largos de visita del pontífice a Colombia, señalado como el "viaje de la reconciliación". En un país que todavía lucha por establecer la paz, la gira del Papa se convirtió en un viaje por la armonía, en un apremio a reconciliarse y perdonar.
El Papa no hizo un gran discurso político, a diferencia, por ejemplo, de los que ofreció ante el Parlamento Europeo o la Casa Blanca. Pero escuchó tanto las experiencias de las víctimas como las de sus verdugos. Citando las palabras del gran teólogo católico Johann Baptist Metz, Francisco llamó a la "compasión" entendida como sentir con el otro, no simplemente sentir lástima por el otro. Todos en este conflicto son víctimas, "culpables o inocentes, pero todos son víctimas", dijo, señalando el largo camino que la sociedad colombiana aún tiene por delante hacia la paz. Un camino en el que la Iglesia colombiana tiene que asumir la obligación, en un país desgarrado, de mostrar la dirección del perdón y la reconciliación. No se trata de dar respuesta a unas preguntas "que ya nadie se plantea", dijo él estos días. Se trata de cercanía, una cercanía que es patente en todas sus visitas a Latinoamérica. Algo que no quiere que se pierda.
Una mirada especial hacia América Latina
El de Colombia fue el vigésimo viaje fuera de Italia del papa Francisco y el quinto a Latinoamérica. A principios de 2018, el de Chile y Perú será el sexto. Y en cada visita se aprecia en qué medida lleva a su natal América Latina en el corazón. En su primera noche, decenas de miles de jóvenes lo esperaban: "¡papa Francisco, somos tu juventud!", le gritaban. El papa Bergoglio es consciente de las grietas en la Iglesia del continente, abiertas entre las capas sociales más desfavorecidas y la antigua proximidad del estamento eclesiástico al establisment, entre la presión del movimiento evangélico aquí y el gran reto que suponen los Estados Unidos allá. Los encuentros con el pontífice en este turbulento mar son más fervientes e intensos que en Europa. Y mueven a más jóvenes.
Un reflejo de esto puede verse en un detalle que nada tiene que ver con Colombia: un anuncio durante el fin de semana llegó desde la lejana Roma, que se ajusta a Latinoamérica y que dice mucho sobre el franciscano. En un decreto publicado el sábado se establece que la traducción de los textos litúrgicos a las diferentes lenguas vernáculas será responsabilidad de las respectivas conferencias episcopales de cada país. No, no es sólo una sutileza para juristas eclesiásticos. Francisco acaba así con una estricta regla heredada de la época de Juan Pablo II, que hizo de la cuestión de las distintas versiones lingüísticas en 2001 una prueba de poder. Roma propugnaba una dogmática y rigurosa coincidencia palabra por palabra. Esto afectaba especialmente a los obispos alemanes y, en concreto, a uno que conocía muy bien su idioma, un tal cardenal Ratzinger. Pero se acabó. Francisco se fía de lo que decidan los obispos de cada lugar y les deja hacer.
Alguna advertencia lanzada desde Colombia muestra que ellos ahora deberán seguirlo.