En las últimos 20 años, el curso de los acontecimientos mundiales ha ido inclinando el optimismo desbordado de los 90, hacia una creciente incertidumbre respecto del futuro. En síntesis, las bases donde sosteníamos nuestras convicciones más caras han mostrando una creciente fragilidad, una erosión que a ratos nos parece irreversible.
En la última década, las deficiencias del modelo neoliberal de economía abierta, que a esta altura es responsable de casi todo; los espacios vacíos derivados de la fragmentación post Guerra Fría del poder tradicional; y la porosidad creciente de las soberanías, a raíz de la globalización de internet y de la masificación descontrolada de las redes sociales, ha creado lo que muchas veces se ha llamado "la tormenta perfecta". Todo lo que podía salir mal, ha salido mal. Ahora, como si no fuera suficiente, aparece una nueva pandemia (Covid-19) para poner más tensión a los angustiados observadores de este escenario apocalíptico.
Sin embargo, el mundo ha seguido funcionando, durante y después de cada catástrofe. La incontenible obsesión por el "colapso mundial" que atrae a la Humanidad desde el comienzo de la historia, nos inclina más hacia la oscuridad que hacia la luz. Creemos en que todo terminará un día y eso nos aterra y nos seduce, nos angustia y nos libera.
Con todo, parece más un ejercicio emocional y especulativo que uno real. Por cierto, ha habido y habrá muertes, no lo minimizo. Sin embargo, los peces y las aves volvieron a Venecia más pronto de lo que nadie hudiera podido imaginar, así como los pumas bajaron a Santiago. La vida pareciera ser más fuerte.
La Humanidad no está en peligro y el futuro no está en juego. Debemos poner atención a los países que se han ocupado del asunto, como una expresión de la forma en cómo han planeado su futuro en los últimos 80 o 60 años.
China, Japón, Corea del Sur y otros de la misma región, se ha dicho, son los países mejor preparados. En ellos imperan Estados y liderazgos fuertes, planificaciones robustas y sociedades conscientes del "nosotros". No se trata, desde luego, del éxito o fracaso del socialismo o del liberalismo, sino que de la competencia o incompetencia para velar por las cuestiones públicas, de la planificación inteligente de Estados que prevén el futuro, como parte de su responsabilidad colectiva.
No se trata de la infantilización de un "yo" que lo sobrepasa todo cuando no hay ningún peligro inminente. Se refiere a la verdadera importancia de la "comunidad" que vive y opera en lo común, sin amenazar el legítimo derecho a la individualidad. Nos es lo uno o lo otro; es la comprensión inteligente de la complejidad de la vida en sociedad.
Especialmente interesante es el caso de Corea del Sur. Más pequeño y menos rico, pero igualmente eficiente. Se trata de una sociedad donde no fue necesario decretar la restricción de la libertad individual, con un sistema de salud pública basado en la protección y de una economía que no solo trabaja para el corto o cortísimo plazo. ¿Es esto neoliberalismo, capitalismo dirigista asiático, cultura milenaria basada en algo intransferible? No. Se trata del valor de equilibrar lo propio con lo común y de estar preparados para actuar como colectivo cuando lo común está en peligro.