Por segunda vez en este siglo, la capital del país fracasó en su intento de construir un aeropuerto internacional capaz de ser un hub de talla mundial.
Ante el resultado de la consulta pública lanzada por el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador –y organizada y financiada por Morena–, el futuro de la aviación comercial en el centro del país es incierto, como también lo es la posibilidad de aumentar la captación de turistas extranjeros.
La cancelación del proyecto de Nuevo Aeropuerto Internacional de México, que se edifica sobre terrenos federales en el vaso del lago de Texcoco, implica un retraso de cinco a diez años para el desarrollo del país en dicha materia, de acuerdo con la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA).
La mala experiencia repetida y lo reciente del anuncio de la decisión de no continuar la obra en Texcoco podrían hacer parecer que construir un gran aeropuerto en la zona metropolitana de la Ciudad de México es políticamente imposible.
O peor: podría dejar que se asiente la idea de que no necesitamos un aeropuerto así, y que se trata de un gasto suntuoso que contrasta con la pobreza del entorno, como definió hace poco Gerardo Ferrando Bravo, representante del equipo de transición en el Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México, en entrevista con el periodista René Delgado.
“Ahí viven 4 millones de mexicanos en situaciones realmente inadmisibles”, dijo Ferrando. “El aeropuerto no creo que sea la única solución”.
Como digo, la segunda cancelación del proyecto de nuevo aeropuerto capitalino puede dar paso a la resignación y hacernos creer que es una obra innecesaria y presuntuosa.
Pero basta ver algunos ejemplos de desarrollos aeroportuarios recientes para darnos cuenta de lo equivocada que es esa visión, que un gran aeropuerto –bien planeado y manejado– puede ser un motor de desarrollo para toda la comunidad.
Y no me estoy refiriendo a experiencias en Europa o el Lejano Oriente, sino en nuestro propio país, en Cancún. El desarrollo económico que ha tenido en años recientes Quintana Roo no podría entenderse sin el aeropuerto de ese destino turístico.
Todo comenzó con una aeropista –que hoy es la avenida Kabah–, donde el 5 de febrero de 1973 aterrizó el primer vuelo comercial, un DC-6 de la Compañía Mexicana de Aviación.
La afluencia masiva de turistas hizo necesario que se construyera el aeropuerto internacional –por la compañía Henro y Asociados, por encargo de la Secretaría de Obras Públicas–, que recibió su primer vuelo el 12 de mayo de 1975.
En 1998, dicho aeropuerto fue concesionado y, desde entonces, es operado por Aeropuertos del Sureste (ASUR). Luego de varias ampliaciones, se ha convertido en el segundo más transitado de México y América Latina –después del Benito Juárez– y el primero de la región en pasajeros internacionales.
En 2017, 23,6 millones de pasajeros usaron el Aeropuerto Internacional de Cancún (CUN). Gracias a sus dos pistas y su nueva torre de control, se pueden realizar despegues y aterrizajes simultáneos. Y hoy Cancún está conectado, mediante vuelo directo, con ciudades como Madrid, Nueva York, Buenos Aires, París, Bogotá, Zúrich, Toronto, Panamá, Santiago, Varsovia, Bogotá, Londres y Lima.
En 2005, fue golpeado por un huracán (Wilma), cosa que nunca le ha sucedido al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (aunque a veces lo parezca). Y, a pesar de ello, CUN no ha dejado de modernizarse y crecer.
El año pasado se inauguró su Terminal 4 –cuya construcción comenzó en octubre de 2015 y tuvo una inversión de 2 mil 352 millones de pesos–, la cual permitirá que el aeropuerto amplíe su capacidad para movilizar a hasta 32 millones de pasajeros en 2020.
La experiencia de llegar como viajero a la nueva terminal del aeropuerto de Cancún es de primer mundo. Es lo que yo quisiera para el aeropuerto capitalino, que, por desgracia, no sólo está saturado en sus puertas y pistas, sino se encuentra en condiciones deplorables.
Con frecuencia pienso en los visitantes internacionales que llegan por primera vez a la Ciudad de México y se encuentran con esa ruina. Como mexicano, se me cae la cara de vergüenza de pensar que un extranjero tenga que utilizar el sanitario del AICM porque se llevará ese recuerdo pestilente a su país.
La idea de que no debemos tener un aeropuerto de calidad en el centro de la República porque es “ofensivo” es una tontería demagógica.
Quintana Roo ha alcanzado los niveles más altos de desarrollo gracias, en buena medida, al Aeropuerto Internacional de Cancún, que ha ganado distinciones por el buen servicio a sus usuarios.
Por supuesto, un gran aeropuerto no lo resuelve todo, pero es un buen comienzo. Lástima que en esta zona de México quizá nunca veamos uno. Pero de que es necesario, lo es.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.