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México desaprovechó el TLCAN: ¿y ahora?
Lun, 23/10/2017 - 11:54

Armando Román Zozaya

Seguridad en México: resultados “en un año”
Armando Román Zozaya

Armando Román Zozaya es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el CIDE, México; Maestro en Estudios de Desarrollo por la Universidad de Oxford (Reino Unido), y Doctor en Integración Económica y Monetaria de Europa por el Instituto Ortega y Gasset-Universidad Complutense de Madrid (España). Ha sido profesor en la Universidad de Oxford (Mansfield College), en la Universidad Metropolitana de Londres y en el University of Stanford Centre in Oxford. Es editorialista del periódico Excélsior (México).

¿Para qué firmamos un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá? En esencia, para atraer inversiones que resultasen en empleos de calidad.

Esas inversiones no llegarían por el tratado en sí sino por lo que éste representaba: un mensaje al mundo (y un “candado”, como ha indicado Luis Rubio), por medio del cual, México indicaba que se alejaba definitivamente de las prácticas que nos condujeron a sendas crisis económicas en los años setenta y ochenta del siglo XX (endeudamiento desmesurado, proteccionismo irracional y excesiva regulación de los mercados). El TLC era esto porque encarnaba una profunda reforma estructural que “coronaba” una serie de reformas puestas en marcha en la segunda parte de los años ochenta y tempranos noventa, diseñadas todas para encauzar el país hacia un modelo de mercado.

Los resultados del TLCAN han sido mixtos. Por un lado, hay sectores que se han beneficiado de su implementación. Por ejemplo, el automotriz y las manufacturas de televisiones, hornos de microondas, refrigeradores, etc. Por otro lado, hay sectores que no se han beneficiado. Por citar un caso, la producción de granos como, en concreto, el maíz. De hecho, México importa hoy enormes cantidades de maíz de Estados Unidos (aunque hay que aclarar que nuestras importaciones de maíz estadunidense eran ya muy importantes desde antes del tratado).

En términos de atracción de inversión extranjera directa y creación de empleo, es una realidad que hoy estamos mejor que hace 23 años. Pero también es verdad que, considerando el tamaño de la economía mexicana, nuestra población, nuestra privilegiada ubicación geográfica y el hecho de que contamos con tratados de libre comercio con decenas de países, no recibimos los niveles de inversión que podríamos, deberíamos y necesitamos recibir. Tampoco contamos con los empleos que requerimos.

¿Falló, entonces, el TLCAN? Sí y no. Sí falló porque, en el mejor escenario, los resultados han sido heterogéneos. Pero no falló porque el problema no ha sido el tratado sino que todo el trabajo que se tenía que hacer en paralelo a éste no se ha hecho o se hizo a medias.

Por ejemplo, el tratado incluía un plan de liberalización arancelaria gradual para varios productos agrícolas mexicanos. La idea era que, antes de tener que competir plenamente con sus contrapartes norteamericanas, nuestros productores pudieran mejorar su productividad o reorientar su producción, con ayuda del gobierno, o, en el peor escenario, buscar una nueva actividad a la cual dedicarse. ¿Esto de verdad se hizo?

¿Y qué decir de la creación de un verdadero Estado de derecho? ¿Y del indispensable cambio en el perfil educativo de los mexicanos? ¿Y del desarrollo de infraestructura física, de comunicaciones, financiera, tecnológica? ¿Y de la puesta en marcha de una política social no sólo paliativa sino productivista? Todo esto también había que atenderlo para que el TLCAN rindiera a plenitud. ¿Lo hicimos o, en su defecto, lo hicimos bien?

Si lo hubiéramos hecho, el país estaría en una posición muy diferente a la presente; la desaparición del TLCAN sería un problema pero no tan grave; nuestra competitividad sería superior y estaríamos listos para conquistar otros mercados y atraer incluso más inversiones (es más, tal vez ya habríamos logrado esto).

En vez de eso, estamos ante un escenario preocupante: perder el TLCAN y sin haberlo explotado al máximo. Así, nos quedaremos sin el mencionado “candado” y, al mismo tiempo, no contaremos con una ruta económica alternativa clara y viable.

Enfatizo: esto es un problema muy grave. Y no, no es culpa de Trump ni del neoliberalismo: es culpa nuestra.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.