La semana pasada tuve la oportunidad de ser orador en un importante foro industrial organizado en Buenos Aires. En este foro se abordaron desde temas industriales, que estuvieron a mi cargo, hasta ponencias sobre la economía y la política en Argentina, que fueron expuestos por influyentes personalidades de ese país.
Ambas economías comparten historia y experiencias similares, que al analizarse, pueden ser para beneficio mutuo.
Primero, México vive un momento económico muy distinto al argentino. La estabilidad del marco macroeconómico es el principal recurso del país, teniendo más de 20 años de consolidación.
Aunque el gobierno del presidente Peña Nieto menoscabó parte de los fundamentales macroeconómicos, la ventaja de contar con periodos sexenales y una punzante opinión pública, obligaron al gobierno anterior a disciplinarse en materia fiscal y monetaria, lo que fue una de las políticas más expansivas conocidas recientemente.
Sin embargo, con todo y la contención monetaria y fiscal acaecida desde el año 2017, algunos yerros de política económica como la liberalización del precio de las gasolinas, en un entorno de fin de la expansión económica y de presión sobre los precios relativos (excepto los salarios), trajeron consecuencias inflacionarias mayores a las que el propio banco central previó en aquel entonces.
Actualmente, México está pagando el exceso del ciclo 2014-2017, con una desaceleración que podría convertirse en recesión generalizada. De hecho, el sector industrial mexicano se encuentra en recesión técnica si se considera al indicador global de la actividad económica de las actividades secundarias, a tasa anual.
Paradójicamente, el yerro de México en el sexenio de Peña Nieto es precisamente lo que necesita la turbulenta y desorganizada economía argentina. De acuerdo con Carlos Melconian, expresidente del Banco de la Nación Argentina, su país requiere un programa económico integral y consistente, junto con una masa crítica parlamentaria y de consensos, incluyendo a la corte, a los sindicatos y al mismo Fondo Monetario Internacional. Los consensos políticos deben gestionarse con la ayuda de algunos "pillos" que muevan a la maquinaria partidista y ayuden a cimbrar a las cúpulas en el poder.
Sin embargo, en Argentina el pluripartidismo está en crisis. Por ello, Argentina puede aprender de los "pillos" mexicanos, sin duda. A su vez, México puede aprender que los "pillos" son necesarios para realizar consensos. Sin embargo, cuando los planes de los "pillos" no benefician al electorado, las elecciones se pierden ante las fuerzas políticas emergentes, como fue el caso del partido Morena, en 2018.
Así que un plan de desarrollo nacional integral debe ser consensuado entre las fuerzas políticas, pero no para el beneficio único de las cúpulas, sino derramando ganancias para los votantes. Aquí fue donde falló el Pacto por México de Peña Nieto.
Para Argentina, dado que no hay soluciones y consensos empujados desde las cúpulas del poder, no hay plan económico que funcione ni credibilidad que lo avale. Por esta razón, es que el electorado de ese país está castigando al actual gobierno de ideología neoliberal. De hecho, es probable que la fórmula Fernandez-Fernández se levante con la victoria en las elecciones de octubre de 2019.
En opinión de algunos expertos, el presidente Macri ha hecho más por el deteriorado país que dejó el gobierno de Cristina Fernández, de lo que la opinión pública y el pueblo pueden ver. Sin embargo, el electorado no perdona la actual recesión, la devaluación de su moneda y la escalada rampante de la inflación de casi 50% anual.
Aunque el consenso político es imprescindible, la credibilidad en las autoridades financieras es también clave para anclar las expectativas inflacionarias de largo plazo y bajar la inflación de ese pernicioso porcentaje en el corto plazo. Desafortunadamente, en Argentina no existe un plan de consolidación fiscal que permita a la autoridad monetaria implementar políticas para anclar las expectativas de inflación futuras. El gobierno se encuentra atascado en el lodo del gasto público recurrente, que, no obstante, es necesario para no hundir más a la economía programática-clientelista.
México también puede aprender que los contrapesos políticos no son del todo buenos en épocas de crisis, porque pueden desmoronar a un país por la falta de consensos. Argentina no puede salir del bache en el que se encuentra no porque nadie pueda formular un plan económico de salida, sino porque nadie puede gestionarlo internamente. Simplemente, los costos políticos no pueden prorratearse entre las fuerzas políticas actuales.
En México, los partidos perdedores de la elección de 2018 y sus alfiles opinadores hoy pugnan por contrapesos políticos; sin embargo, parece que lo desean solo para desestabilizar el amalgamamiento de fuerzas necesario para realizar cambios estructurales. Es una contradicción. El consenso que antes tuvieron a rienda suelta, ahora lo critican.
El nuevo gobierno de México ha puesto como meta la disciplina fiscal basada en un superávit primario. El plan inicial de este sexenio es sacrificar la inversión pública por la disciplina fiscal y por el combate a la corrupción, cerrando algunas llaves del gasto que, por supuesto, impactan en la provisión de servicios públicos, algunos de primera necesidad.
Pero hay que recordar que la inversión pública cayó fuertemente en el sexenio de Peña Nieto hasta con tasas de dos dígitos, durante varios periodos. Es decir, México sacrificó la inversión pública por el dispendio fiscal y la corrupción en la administración pasada. No es por hacer leña del árbol caído, pero aquel sexenio fue muy malo para la economía y las secuelas se sienten hoy.
México aprendió que el haberse salido de la disciplina fiscal, en el periodo 2014-2017, para calentar a la economía y estafar al erario, generó costos muy altos para el bolsillo de los electores y, políticamente, significó perder una elección presidencial.
De poco sirvió contar con un presupuesto público de casi 6 billones de pesos si, entre 10% y 20% eran perdidos en las estafas. Así como un arancel o la inflación, México también ha tenido que lidiar con el impuesto de la corrupción con cargo al erario.
El combate a la corrupción pública no es una tarea menor y, en cierta medida, la contención del gasto público -con sus costos sociales- sirve para atacar el problema. Ya que está enquistada en prácticamente numerosas partidas públicas, incluyendo la inversión.
Una vez que el sector público mexicano gane credibilidad, no solamente internacional, sino localmente, el gobierno de México podrá reactivar la llave del gasto y de la inversión pública en las áreas prioritarias y de gasto corriente. Esto debería estar ocurriendo al segundo y tercer año del presidente Andrés Manuel López Obrador.
La economía mexicana no está en crisis -y está muy lejos de estarlo-. Quizá, México debe dar las gracias a los que lograron enderezar el barco a partir de la gran crisis de 1995. Más aún, era necesario que, para dar certidumbre a la economía de largo plazo, los pillos de los consensos cupulares abandonaran el barco. Otro sexenio más hubiera sido demasiado.
Finalmente, el electorado en México juzgará a su actual presidente por la estabilidad de la economía y la credibilidad de su gobierno. Por una baja inflación, el empleo y la solidez macroeconómica. Gracias a los consensos del pasado y a la consolidación fiscal del gobierno actual, México logrará el escenario deseado.
Sin embargo, la tarea pendiente del país seguirá siendo, como siempre, la distribución del ingreso.