La idea de una Renta Básica Universal (RBU), el pago de un salario básico mensual a cada persona en un país, lleva tiempo circulando, y ha ganado fuerza durante esta crisis sin precedentes. Se han realizado algunas pruebas aisladas en el pasado, en zonas o ciudades específicas y durante un tiempo limitado. Pero a pesar de su popularidad en algunos círculos, nunca se ha adoptado en un país como política universal.
Aunque puede ser atractivo, la RBU es una idea que, llevada a la realidad, tendría muchas desventajas. La primera es su alto coste. Es cierto que se eliminarían otros programas de ayuda social para centrarlo todo en esa renta mínima garantizada a todo el mundo, ahorrando el coste y la burocracia asociados a programas como el subsidio por desempleo o las ayudas para la educación y otros. Pero muchas simulaciones de una renta universal indican que su coste fiscal sería mucho mayor que el del conjunto de esos programas. Y además no sería estático en el tiempo. Es muy fácil imaginarse el nuevo entorno político en un país con RBU: todo debate acabaría centrándose en cuánto hay que subirlo. En su forma más pura, el coste podría acabar siendo prohibitivo.
La segunda desventaja es que desincentiva el trabajo. Si se garantiza una renta a cada individuo, el incentivo para trabajar disminuiría, especialmente para las rentas más bajas. Si trabaja menos gente, habrá menor producción y menor renta a repartir. También se generarán menos puestos de trabajo, y menores ingresos para el gobierno que es el que tiene que financiar el subsidio. La presión sobre el presupuesto público, que es la primera desventaja, sería aún mayor.
Quizás la desventaja más importante es que la RBU no va dirigida sólo a quien realmente lo necesita. Es un pago a todos, con independencia de su nivel de renta. Gran parte del gasto iría a personas que no lo necesitan. Es una política sencilla de administrar, pero muy ineficaz en la consecución de sus objetivos.
Por supuesto, en un momento como éste, cuando mucha gente se ha quedado sin ingresos y el gasto se desploma, es atractivo pensar en una iniciativa que suelte de repente dinero al bolsillo de cada uno de nosotros. Es la idea que hay detrás del programa de estímulo de EE.UU. El gobierno americano, con apoyo tanto de Demócratas como de Republicanos, va a enviar a cada persona con ingresos de menos de US$75.000 anuales un cheque por US$1.200. Personas de mayores ingresos, hasta $100,000, recibirán menos. Hong Kong y Singapur ya han hecho algo parecido. El riesgo de estos pagos -que técnicamente no son RBU porque distinguen entre rentas y no son permanentes- es que algunos consumidores, preocupados por su futuro, podrían ahorrarlo, y el estímulo no levantaría la demanda como estaba previsto. Pero pueden ser eficaces como ayuda temporal en las cuarentenas que muchos países se han visto forzados a imponer por el Covid-19.
Si la RBU tiene tantas desventajas, ¿hay alguna alternativa mejor? En un momento de crisis como éste, hay países europeos que están ensayando versiones del famoso programa alemán llamado Kurzarbeit. Ese programa tuvo mucho éxito en la pasada recesión financiera y consiste en que las empresas mandan a sus empleados a casa temporalmente, pero manteniéndoles en plantilla, mientras el gobierno paga parte de sus salarios. Así las empresas mantienen integra su plantilla, para volver a trabajar rápidamente cuando termine la crisis; y simultáneamente se elimina la incertidumbre para los trabajadores y pueden seguir gastando. Dinamarca, el Reino Unido y España son países que han adoptado una versión del Kurzarbeit para enfrentarse al golpe económico del coronavirus. El tiempo dirá si este programa funciona mejor o peor que el de EE.UU.
Sin embargo, los proponentes de la RBU no están sólo pensando en momentos de crisis. Quieren un programa que asegure a toda persona una renta básica para vivir, tanto en crisis como en momentos de normalidad. Algunos argumentan que los cambios tecnológicos acabarán eliminando tantos puestos de trabajo que una RBU será necesaria. Pero incluso si este es el futuro que nos espera, hay programas que tienen menos desventajas y menores costes que la RBU. Quizás el mejor sería pagar un subsidio a las rentas más bajas.
El trabajador que aceptara un puesto de trabajo con salario bajo declararía sus ingresos y recibiría una subvención mensual que los subiera hasta un nivel objetivo, prefijado por el gobierno. Una política así incentivaría el trabajo, aumentaría la renta nacional, iría directa y únicamente a las personas que lo necesitan, y también podría frenar el trabajo ilegal, ya que el subsidio sólo sería para los que declarasen ingresos laborales. Esto beneficiaría a las arcas públicas y a los planes de pensiones, que están en crisis en muchos países.
El economista americano Gregory Mankiw ha propuesto una versión de RBU, una renta básica temporal, para hacer frente a esta crisis. La fórmula es sencilla e inmediata: enviar un cheque a cada residente mientras dure la crisis. Pero añade una innovación: se cobraría un impuesto especial al año siguiente a través del cual los que no vieron disminuida su renta devuelven las ayudas recibidas. Mankiw estima que el coste de su formulación de renta básica sería menos del 1% del PIB.
La RBU es una idea radical que responde a una necesidad incuestionable: la dificultad que tienen muchas personas de ganar un salario razonable. Sin embargo, tiene tantas desventajas que es difícil sostener que sea una política razonable y sostenible en el largo plazo. Un mundo nuevamente en crisis ofrece un terreno muy fértil para comparar programas y decidir cuál funciona mejor. Quizás los resultados nos dirán si una versión de la RBU figura entre las soluciones viables para asegurar una vida digna para todos.