A medida que toma cuerpo el debate sobre la desigualdad en Estados Unidos, ¿qué lecciones se pueden obtener de América Latina, que a pesar de tener altos niveles de desigualdad ha sido la única región que ha logrado reducir la desigualdad de los ingresos en la última década?
A pesar de ser la economía más grande del mundo, la de Estados Unidos es la más desigual entre los países industrializados. En 1979, el 20% más rico de los estadounidenses percibió el 43% de los ingresos, mientras el 1% más rico recibía el 9%. No obstante, hoy el 20% más rico de la población percibe más del 50% de los ingresos sin contar los impuestos, en tanto que el 1% más rico recibe cerca del 15%.
Por su parte, América Latina se ha ido convirtiendo en una zona de ingresos medios, al tiempo que ha reducido la pobreza. En 16 de 17 países se ha producido una importante disminución de la desigualdad del ingreso en los últimos diez años. ¿Cómo lo lograron?
En primer lugar, casi la mitad de la disminución de la desigualdad puede explicarse por las mejoras en los ingresos del trabajo doméstico. El crecimiento económico ha generado una mayor demanda de productos nacionales, lo que ha dado lugar a la incorporación de más personas a la fuerza de trabajo y, de ese modo, ha conducido al aumento de los salarios. Esto ayudó a reducir las diferencias salariales entre los trabajadores con título universitario y los que no cuentan con uno. En Estados Unidos, en cambio, esta disparidad en el ámbito de la educación ha aumentado en los últimos años.
En segundo lugar, América Latina es el líder mundial en programas sociales que ofrecen ayuda financiera a las personas que viven en la pobreza, a condición de que mantengan a sus hijos en la escuela y den seguimiento a las vacunas y los exámenes médicos. Estas transferencias alcanzan entre el 0,5% y el 3% del PIB, pero representan casi un tercio de la disminución de la desigualdad y son la principal vía para la reducción de la pobreza en 18 países de la región, beneficiando a 113 millones de personas. Las transferencias sociales no pueden sustituir a los débiles servicios sociales, pero han logrado transferir recursos financieros sin mucha intermediación.
En Estados Unidos, aunque la tributación suele ser progresiva, es más débil en transferencias sociales directas. El crédito tributario por ingreso del trabajo es el componente clave de la política fiscal redistributiva, pero funciona a través del sistema tributario, que a menudo no alcanza los hogares más pobres, los cuales quedan al margen de las redes de seguridad social y los mercados de trabajo.
Por último, un “dividendo demográfico” (la reducción de las tasas de fecundidad y el aumento de la esperanza de vida) en América Latina permitió que se ampliara la participación en el mercado de trabajo.
En Estados Unidos, lo más cercano a un dividendo demográfico sería una reforma integral de la inmigración, que permitiría la afluencia de trabajadores legales al mercado laboral, con sus efectos multiplicadores que impulsarían las economías locales.
América Latina se ha visto obstaculizada por siglos de discriminación por motivo de clase, de raza y de género, pero puede dar lecciones a Estados Unidos, donde el sistema de protección del empleo fue diseñado para una economía en auge, no para una economía vacilante. Si bien el crecimiento económico en el mundo desarrollado sigue siendo frágil, las medidas redistributivas exigen una mayor acción preventiva en las políticas sociales que en los mercados de trabajo. Esta es una lección clave de América Latina: los mercados solo pueden contribuir hasta cierto punto a reparar las brechas de desigualdad.
*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.