América Latina y Europa están unidas por su historia, sus valores compartidos de democracia y libertad y por el proyecto común de construir un futuro cada vez más próspero e incluyente para sus ciudadanos. Estos lazos se traducen en unas oportunidades económicas, empresariales, tecnológicas y culturales que permiten acercar a instituciones y empresas para lograr un beneficio mutuo.
Actualmente, la Unión Europea es el actor que más inversión extranjera directa realiza en Latinoamérica, y tiene un stock de inversiones en la región de 642.300 millones de euros. Esta presencia está creciendo a nivel bidireccional, y un buen ejemplo de ello es la creciente internacionalización de las multilatinas. Según la CEPAL, entre 2010 y 2015 el valor de fusiones y adquisiciones en Europa fue de aproximadamente 49.000 millones de dólares. Sólo España y Portugal, representan cerca de 50% de esas operaciones. Todos estos datos reflejan el potencial que tienen las relaciones económicas entre ambas regiones.
La mayoría de los analistas sobre asuntos internacionales coinciden en señalar que es fundamental modernizar la gobernanza para enfrentar los principales desafíos globales que evidencian, entre otros, una crisis de valores que nos afecta colectivamente y que requiere de un liderazgo audaz para encontrar consensos básicos que preserven la paz y el progreso.
Para afrontar estos cambios, es imprescindible que América Latina y la Unión Europea fortalezcan su relación y recuperen el sentido de la Alianza Trasatlántica. El proceso de reformas en el que está empeñada la Unión Europea es una buena oportunidad para incrementar la asociación estratégica birregional que desde hace años se está promoviendo.
Convertir en realidad este sueño tiene un papel primordial para defender los principios del mundo occidental que nos son comunes.
Cuando hablamos de la Cuenca Atlántica, nos referimos a una región que abarca 66 países y 32 territorios, desde Norteamérica a Sudamérica y desde Europa a África. Tiene las mayores reservas de petróleo, de gas, de energía, de materias primas, de minerales, de alimentos y de agua. Además, comparte el océano más transitado con significativos recursos pesqueros. Se trata de una región con una ineludible responsabilidad, que está llamada a tener un rol protagónico en la reconfiguración del nuevo orden mundial.
Consolidar esta alianza demanda voluntad política que permita desarrollar una visión conjunta del mundo; buscar una mayor cooperación en materia de inversión y comercio, y también en delicados asuntos como son el cambio climático, y promover un gran pacto global para aprovechar los beneficios de la revolución digital que ya está cambiando nuestra existencia.
En el mundo de hoy esta asociación estratégica es más necesaria que nunca, porque desempeña un rol clave en el reordenamiento del orden global. Su futuro dependerá en buena medida de que la Unión Europea sea exitosa en su renovación y se mantenga como en uno de los líderes del mundo, y paralelamente que América Latina y Europa aprovechen este punto de inflexión y acuerden una agenda de largo plazo para el diálogo birregional.
Es bueno recordar que América Latina ha hecho importantes tareas en lo democrático, en lo económico y en lo social. Sin embargo, las nuevas realidades nos obligan encontrar respuestas para abordar con eficacia los desafíos que actualmente ponen en riesgo muchos de los avances logrados. Es cierto que hemos aprendido del pasado y defiido una política económica equilibrada y disciplinada. La lección que no podemos olvidar es que tenemos que crecer sin depender de los vientos de colas.
Para continuar en la senda del desarrollo, Latinoamérica necesita un pacto para la productividad que permita un aumento en la competitividad, desarrollar cadenas de valor regionales e insertarse en procesos de producción global. Además, será importante encontrar maneras de crecer a través de reformas microeconómicas para que se convierta en un polo más atractivo para la inversión extranjera. Los retos son impostergables.