Pasar al contenido principal

ES / EN

Sociedad, economía, y (des) empleo al 2050
Vie, 08/07/2016 - 10:46

Héctor Casanueva

Europa y las migraciones: una paradoja
Héctor Casanueva

Héctor Casanueva es profesor e investigador en Historia y Prospectiva de la Universidad de Alcalá de Henares, director del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia y ex embajador de Chile.

"El futuro no es lo que era". Es una frase de Paul Valery, recogida mucho más tarde incluso por Mafalda, que puede patentizar actualmente con claridad la preocupación creciente de líderes políticos, economistas, académicos, empresarios, ONGs y organismos internacionales acerca del futuro de nuestras sociedades, ya no sólo en el ámbito local o nacional, sino a escala global. La irrupción de internet abrió la opción irreversible de hacer absolutamente todo en un entorno diferente, dinámico, acelerado, omnipresente, ubicuo e ilimitado. Unida al desarrollo exponencial de la Inteligencia Artificial, que se nutre de la simbiosis entre biotecnología, genómica y cibernética, estas dos fuerzas están cambiando día día no sólo el presente, sino el futuro que hace pocas décadas era bastante predecible. Y podemos agregar entonces que hasta hace un tiempo teníamos las respuestas, pero cambiaron las preguntas. 

La paradoja Siglo XXI es que el mundo está mucho mejor hoy que lo que los pesimistas piensan, pero el futuro puede ser peor de lo que los optimistas creen, nos advierte el think tank The Millennium Project. Todos los indicadores de desarrollo humano muestran en las últimas tres décadas avances relevantes en educación, sanidad, democracia, derechos humanos, alimentación, vivienda, etc. La tasa de mortalidad infantil se ha reducido 47% desde 1990, la pobreza extrema en el mundo en desarrollo se redujo del 51% al 17% en tres décadas, la tasa de finalización de la escuela primaria aumentó de 81% en 1990 al 91% en 2011, la esperanza de vida ha aumentado diez años en los últimos 20 hasta alcanzar los 70,5 años en la actualidad. Desde 1990, 2.300 millones de personas más han recibido acceso a agua potable, y la esperanza de vida al nacer aumentó globalmente de 67 a 71 años de 2010 a 2014. 

Pero todavía hay 1.300 millones de personas que no tienen acceso a la energía y cerca de 800 millones sin agua potable. En los últimos cinco años, la OMS verificó más de 1.100 eventos epidémicos, un fuerte aumento de la desnutrición y la obesidad, crecimiento de la resistencia a los antibióticos, y fenómenos como el hambre oculta. En cuanto al cambio climático, las últimas tres décadas fueron probablemente el período más cálido en el hemisferio norte de los últimos 1.400 años. Pero los combustibles fósiles reciben US$5,3 billones anuales en subsidios, en comparación con los US$0,12 billones para la energía renovable. Y a estas alturas, aún si todas las emisiones de CO2 se detuvieran, la mayoría de los efectos del cambio climático persistirían por muchos siglos.

A estas realidades positivas y negativas, debemos sumar en el análisis el desafío demográfico, que incide transversalmente. En las próximas décadas, viviremos cuatro grandes cambios: el peso demográfico pasará de regiones desarrolladas a regiones en desarrollo; el crecimiento de la población se concentrará en los países que hoy tienen más jóvenes y son los más pobres; la fuerza de trabajo en países desarrollados envejecerá y declinará, de manera que en 2050 habrá más personas mayores de 65 años que de 15 años y la mayoría de la población mundial vivirá en ciudades. Al 2050 la población mundial crecerá en dos mil millones. Antes, el 2030, la clase media mundial llegará casi al 70%, o sea, unos tres mil millones más de consumidores con mayor poder adquisitivo y más expectativas. Y se deberá proveer al 2050 de energía suficiente y segura a 3.300 millones de personas adicionales: 1.300 millones que no tienen acceso ahora, más el crecimiento previsto. En cuanto a seguridad alimentaria, de aquí al 2050 se deberá incrementar 70% la producción de alimentos, amén de que estos deberían ser seguros, inocuos y accesibles. 

El aumento de la desigualdad parece ser uno de los signos de estos tiempos, desafiando los grandes avances que hemos logrado en la lucha contra la pobreza. En 2014 la riqueza de 80 multimillonarios igualó la parte inferior del 50% de la humanidad, y Oxfam estima que si las tendencias actuales continúan, el 1% de la población tendrá más riqueza que todo el resto del mundo.

Se puede suponer que el acelerado desarrollo de las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial van a potenciar el crecimiento económico y proveerán de instrumentos y soluciones a todas estas problemáticas. No obstante, sin una adecuada orientación y regulación  -según advierten, entre otros, científicos como Stephen Hawkins- hay un riesgo real de que estos avances reviertan negativamente sobre el conjunto de la humanidad.

En general el sistema internacional procura hacerse cargo políticamente de este enorme desafío global y trasversal, mediante decisiones importantes adoptadas en la reciente COP 21 sobre cambio climático; en los acuerdos sobre financiamiento del desarrollo de Addis Abebba; en los acuerdos de Nairobi de la Organización Mundial de Comercio; la Organización para la Alimentación y la Agricultura, y muchos otros foros multinacionales. En especial, la Agenda 2030 de Naciones Unidas con los 17 Objetivos de Desarrollo Sustentable representa un compromiso de la comunidad mundial para acometer sistémicamente todos estos desafíos. Pero los acuerdos alcanzados deben ser implementados, y la velocidad y sincronía en que esto ocurra no necesariamente coinciden con las urgencias y la oportunidad. 

La complejidad e incertidumbre que caracteriza esta época, han hecho resurgir con fuerza la prospectiva y los estudios de futuros, como una forma precisamente de reducir los márgenes de incertidumbre, considerando en conjunto tanto los avances logrados como las sombras actuales, para crear los escenarios futuros deseables y posibles que orienten las políticas públicas locales, nacionales y globales del presente. Un estudio del Inter-american Dialogue, conducido por Sergio Bitar, presidente del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia, identificó cerca de 800 estudios prospectivos realizados por entes públicos, empresas, departamentos de investigación, universidades, a diferentes niveles y abracando ya sea problemáticas globales como sectoriales, y con distintos horizontes temporales. Ello es alentador, pero al mismo tiempo revela una dispersión de esfuerzos y falta de una deseable e imprescindible convergencia sobre determinados horizontes temporales.

Por su parte, el think tank global “The Millennium Project Futures Studies & Research”, que emite anualmente desde 1996 el informe “State of the Future”, ha entregado diversos estudios prospectivos a nivel de países y regiones (por ejemplo “Latinoamérica 2030”) y globales, y actualmente conduce un estudio sobre el futuro del trabajo 2050, que parece ser el tema central de preocupación actual. de carácter transversal, visto el desarrollo exponencial de las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, que podrían generar un foso generacional en materia de empleo hasta lograr adaptarse al desplazamiento de puestos de trabajo que se está generando y se logren crear los nuevos espacios laborales y formas innovadoras de empleo que utilicen este desarrollo tecnológico. 

Grupos de expertos estiman que la humanidad no tiene más allá de dos décadas en total para crear un nuevo escenario de desarrollo integral sostenible, y haberse adaptado a los efectos de la inteligencia artificial sobre todos los ámbitos de la sociedad, incluído primordialmente el empleo. En el corto plazo, la OIT proyecta que el desempleo en el mundo alcanzará a 215 millones de personas en 2018. Las manufacturas en los EE.UU. representaban el 22% del trabajo en 1980, luego 10,2% en 2011, y a las tasas de 1980-2011, será sólo 2,87% para el año 2030. Y según el Banco Mundial, mil millones de personas entrarán en el mercado de trabajo durante los próximos diez años, mientras que para el Millennium Project hay estudios que preven que dos mil millones de puestos de trabajo se perderán al 2030. 

¿A cuántos conductores de camiones y taxis reemplazarán los futuros coches que se auto-conducen? ¿Cuántas personas perderán sus trabajos por la fabricación mediante robots? ¿O empleados de los Call Centers debido a los sistemas telefónicos con Inteligencia Artificial? Está disminuyendo el ratio de número de empleados por ingresos en las empresas, dando lugar a un crecimiento económico sin creación de empleo. La inteligencia artificial autónoma, que puede crear, escribir, y ejecutar el software simultáneamente en todo el mundo, es a futuro un factor nuevo en la pérdida de trabajo. Pero a su vez, la Internet, el tipo de negocio persona a persona usando el computador, la universalización del código abierto, son grandes factores para la creación de empleo. 

Los expertos están casi uniformemente divididos sobre si la tecnología del futuro reemplazará más empleos de los que crea. La OCDE en sus estudios sobre el futuro del trabajo encuentra opiniones expertas que sitúan en 47% los empleos que en Estados Unidos están sujetos a sustitución, 39% en Alemania o 35% en el Reino Unido. Otras estimaciones citadas reducen estas cifras a 12% y 9% en Estados Unidos y Alemania respectivamente. Lo que sí deja claro, es que la identificación de qué tareas son reemplazables es clave, ante el hecho indiscutible de que la estructura ocupacional va a cambiar y las tareas necesarias para llevar a cabo los trabajos también cambiará. Aunque considera que este cambio puede significar la destrucción de determinados puestos de trabajo, pero no la destrucción del empleo en sí.

Por cierto, hay hechos históricos, como la primera y segunda revolución industrial, la automatización y las TICs, que finalmente muestran más creación que pérdida de empleos, y ello podría ocurrir también en esta llamada “cuarta revolución industrial”, pero el espacio de tiempo de adaptación, de no mediar políticas públicas agresivas, constantes y universales, puede ser de una generación por lo menos, ya que ahora la velocidad del cambio desafía incluso a la ley de Moore. La introducción masiva de la impresión 3D y 4D, la web semántica, la nanotecnología, la telemedicina, y otras, son suficientemente complejas para millones de trabajadores de sectores tradicionales y funciones rutinarias como para su reconversión o adaptación. Y en cuanto a los jovenes, si bien son nativos digitales, su condición de usuarios de estas tecnologías alcanza solamente a niveles básicos, lejos de capacidades de programación y aplicación, por lo que los sistemas educativos, desde la infancia a la universidad, necesitan reconvertir sus programas de estudios y desarrollo de habilidades y destrezas a una velocidad que no se observa realmente ni siquiera en los países desarrollados. 

Las revisiones iniciales del Proyecto del Milenio a las investigaciones recientes sobre el futuro del trabajo y diferencias en el ingreso, alertan a que en general le dan gran atención a la descripción del problema, pero pocos detalles acerca de las estrategias globales y locales necesarias de implementar. Además, que a largo plazo las capacidades tecnológicas acumulativas tienden a ser infravaloradas y se minimiza la gravedad del problema. Por eso, se necesita un pensamiento estratégico a nivel del estado y del sector privado; y prestar atención en las políticas públicas al cambio de los sistemas educativos, los programas de estudios, los sistemas de entrenamiento y reconversión laboral, la creación de incentivos a la I+D y a la innovación para producir cambios fundamentales en la naturaleza del trabajo, para evitar el desempleo masivo y el aumento de las diferencias de ingresos. 

Junto con ello, hay que sincerar una realidad: en este proceso de cambio de las formas de producción de bienes y servicios y la nueva economía de entorno digital, habrá inevitablemente sectores perdedores que no van a engancharse en la nueva revolución industrial. De ahí que en muchos países del mundo desarrollado, y algunos ya del mundo en desarrollo, surge con fuerza la búsqueda de fórmulas que permitan sostener el llamado "ingreso universal" o "salario social" que aplicado con las debidas condiciones y prudencias, evitará bolsones de pobreza extrema, marginalidad e incluso estallidos sociales de quienes solo ven perjuicios y falta de espectativas en este tránsito de época. 

Hace unos años, el Consejo Chileno de Innovación presentó un estudio, lamentablemente poco difundido, llamado "Surfeando el Futuro", que en mi opinión, pone el acento precisamente en la necesidad de un cambio cultural para enfrentar estos desafíos. Sin una cultura universal de la innovación, y a la vez organismos multilaterales y gobiernos con pensamiento estratégico y capacidad prospectiva, con sentido de urgencia, que orienten políticas públicas innovadoras y eficaces, no será posible "surfear" el futuro con éxito.