Los países emergentes han sido los principales catalizadores del crecimiento económico global durante los primeros años de nuestro siglo. Desde 2004 hasta 2011 Latinoamérica casi duplicó su tasa de crecimiento promedio de largo plazo. Sin embargo, esta trayectoria ascendente se ha torcido en los últimos años. Según Oxford Economics, la tasa de crecimiento del PIB de los países emergentes caerá en 2015 una media del 3,6%. ¿Qué está pasando?
Desde la crisis asiática de 1998, no se había visto un momento tan lleno de peligros para los países emergentes como el actual. Según Felix Huefner, del Instituto Internacional de Finanzas (IIF), están atravesando por lo que él califica como “una tempestad perfecta”. Por una parte, están las subidas de la rentabilidad del mercado del Tesoro de Estados Unidos y del dólar, que se traducen en una aceleración de la salida de capitales de países como Brasil, Turquía, África del Sur, Rusia y muchos más. El segundo frente de la borrasca lo constituye la caída de los precios de las primeras materias, íntimamente relacionado con un tercer frente que es clave: la reducción del crecimiento económico en China. Malasia, por ejemplo, con un 8% de su PIB exportado a China, sufre gravemente las consecuencias de esta situación, agravada por el océano de liquidez creado por la Reserva Federal de Estados Unidos. La deuda total de Malasia equivale al 222% de su PIB. Brasil es muy dependiente de sus exportaciones de soja, mineral de hierro y otras commodities, mientras que las economías de Rusia y África del Sur son dependientes de los hidrocarburos y de los minerales, respectivamente.
Los países emergentes han respirado aliviados ante la reciente decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de no modificar sus tipos de interés y mantenerlos a su nivel actual (entre 0% y 0.25%). Parece que así ha sido porque todavía hay riesgos de deflación en Estados Unidos. Una subida de tipos habría sido “un baño de sangre” para los emergentes, según Daniel Gerino, de Carlton Selection.
Desde mayo de 2013, cuando la Reserva Federal anunció la progresiva retirada de los estímulos monetarios, los títulos de las bolsas de países emergentes han caído un 20%. En caso de subida de tipos, los flujos de capitales podrían reducirse hasta un 45%, según los economistas del Banco Mundial. Aquellos estados que tienen contraída deuda en dólares también verían cómo el coste de su endeudamiento pasaría a ser más caro. Rusia, ya golpeada por las sanciones y la bajada del crudo, tiene un 98% de su deuda externa en dólares y China un 90%. En este listado hay que añadir Brasil, Turquía e India, por este orden. Además, hay un riesgo añadido : los bancos centrales de algunas economías, como las latinoamericanas, en un contexto de intereses más altos, podrían estar bajo presión para elevar a su vez los tipos debido a la depreciación de sus divisas y la inflación. Los países emergentes parecen, pues, atrapados entre la recuperación de la economía norteamericana y la desaceleración del crecimiento en China (stuck in the middle, predica The Economist).
El caso de América Latina es paradigmático entre los países emergentes. El robusto crecimiento conocido de alrededor del 5% durante buena parte de los primeros años de siglo, basado en el boom exportador de primeras materias, ha terminado. El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé un crecimiento de tan sólo del 0.9% en 2015, que será el quinto año consecutivo de desaceleración económica. El largo ciclo auspiciado por la industrialización de China, su avidez importadora y sus tasas de crecimiento anual superiores al 10% del PIB también ha terminado. China se dirige hacia un cambio modernizador de su sistema económico, que pasa de la inversión al consumo, del crecimiento a la distribución y de la cantidad a la calidad. Lo grave es que la bonanza exportadora de las commodities ha engendrado distorsiones que pueden limitar las nuevas fuentes de crecimiento en América Latina. Así, muchas monedas se han sobrevalorado, mermando la competitividad de las empresas no relacionadas con la exportación de commodities. En paralelo, el consumo se ha disparado y la inversión ha descendido. De cara al futuro, lo más razonable es propiciar, por una parte, aumentos de la productividad y la diversificación de la economía y, por otra, la integración regional. Mercosur, por ejemplo, debería superar su estatus actual de unión aduanera ficticia para transformarse en una auténtica zona de libre comercio.
Superado el boom de las materias primas, el camino a seguir en América Latina no parece ser otro sino el arduo trabajo de emprender reformas estructurales. Es un camino doloroso al principio pero que puede garantizar crecimiento y bienestar a medio y a largo plazo. Los líderes políticos deberán hacer frente a este reto y convencer a los ciudadanos de la necesidad de reformas, dando aquéllos previamente ejemplo de rigor y honestidad. Hay que ponerse a trabajar cuanto antes en esta dirección para hacer posible una nueva era de prosperidad en América Latina.