Xi Jinping solía ser percibido como un candidato de transición gris cuando asumió los cargos más importantes de la República Popular China: el secretariado general del todopoderoso Partido Comunista, la presidencia de la Comisión Militar Central y la jefatura del Estado. Pero en poco tiempo quedó claro que el dirigente había sido subestimado.
Este domingo (25.02.2018) quedó en evidencia, además, que la ambición de Xi Jinping no se deja restringir por el marco de la actual Carta Magna china. Un cable de la agencia de noticias oficial Xinhua informó sobre las enmiendas constitucionales que se harían en la próxima sesión de la Asamblea Popular Nacional, la institución que simula ser el máximo órgano legislativo del país. Tras la inofensiva prosa partidista, que no deja por fuera adjetivo alguno para celebrar al sistema socialista –"grandioso, moderno, bello"–, se esconde una explosiva propuesta de reforma. "El Comité Central del Partido Comunista recomienda eliminar de la Constitución el pasaje que limita a cinco años el mandato del presidente y del vicepresidente", escribió la agencia Xinhua. Y no cabe duda de que la Asamblea Popular Nacional va a aceptar esa recomendación; después de todo, esa instancia nunca ha rechazado ninguna moción.
De esta manera, el Partido Comunista de China rompe oficialmente con una práctica instaurada hace décadas: la de la transferencia ordenada del poder en un lapso de máximo diez años. Ese sistema fue introducido por el arquitecto de la reforma nacional, Deng Xiaoping, como resultado de las lecciones aprendidas de los excesos cometidos durante la era de Mao Zedong, fundador del Estado. El ilimitado poder que Mao concentró en sus manos le permitió impulsar proyectos que terminaron en catástrofes, como la Revolución Cultural y el Gran Salto Adelante, que derivó en la más grande de las hambrunas causadas por la Humanidad.
En Pekín, el gigantesco retrato de Mao en la entrada del complejo palaciego de la Ciudad Prohibida sigue mirando hacia la plaza de Tiananmén, pero su régimen despótico abrió heridas tan profundas que su legado ha sido evaluado oficialmente de la siguiente manera: "70% bueno, 30% malo". Desde su muerte, el culto a los dirigentes es mal visto. El liderazgo es descrito como algo que debe ser ejercido por la colectividad; la descentralización, como un triunfo; y la experimentación, como algo deseable. Ninguna persona debería tener tanto poder como Mao nunca más.
Xi Jinping rompe ahora con la tradición de los últimos decenios. Él ha neutralizado a sus rivales políticos con una campaña anticorrupción sin precedentes que, de paso, lo deja bien parado frente a la población. Xi ha centralizado todo lo que ha podido y ha asumido personalmente tantas responsabilidades en tantos ámbitos que el semanario británico "The Economist" terminó por bautizarlo "Presidente de todo" en una de sus portadas. Desde que Xi ascendió a la jefatura del Estado, éste ha arremetido con más dureza contra disidentes, activistas y representantes de la sociedad civil que en lustros pasados. Las pequeñas libertades que el Estado chino ha concedido durante su gestión han sido anuladas nuevamente. En octubre de 2017, Xi consiguió que su pensamiento sobre el socialismo de estilo chino de la nueva era fuera incluido como teoría política en el estatuto del partido; ese es un honor que sólo se le ha rendido antes a Mao Zedong. En la práctica, eso significa que nadie dentro del partido puede tener más autoridad que Xi. Y eso aplica para su palabra: si el partido rige sobre todas las cosas –"en el Gobierno, en las Fuerzas Armadas, en la sociedad y en la escuela, en el norte, en el sur, en el este y en el oeste, el partido rige sobre todas las cosas"–, entonces, también Xi rige automáticamente sobre todas las cosas. El incremento de poder en sus manos viene acompañado de un creciente culto a su personalidad.
Con la planeada reforma constitucional, Xi se está asegurando institucionalmente de que ese poder pueda ser ejercido de por vida. El mundo tendrá que acostumbrarse a lidiar por mucho tiempo con el líder chino más poderoso de las últimas décadas. Esto ocurre en un momento en que China consolida su posición como imán geoestratégico, en que su sistema político compite con las democracias occidentales y en que Pekín busca armonizar el "sueño chino" con el brillo de la China imperial. "La ruta de la seda", que surca todo el continente eurasiático, es sólo un ejemplo de las ambición de China… y de Xi.