El presidente de la República Popular China, Xi Jinping, hace muy poco cerró su gira por Ecuador, Perú y Chile, países que visitó entre los días 17 y el 23 de noviembre de 2016, en el marco de la XXVIII reunión anual del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (en inglés, Asia-Pacific Economic Cooperation, APEC) y la XXIV de sus líderes. Ambas realizadas en Lima, Perú. Esta visita del presidente chino a América del Sur se ha desarrollado en un contexto de doble significado. Por una parte, la gira se inscribe dentro de un plan de más largo plazo que China ha formulado para América Latina, y por otra, toma la oportunidad de enviar un mensaje de libre comercio muy potente, en un contexto en que los discursos proteccionistas se imponen en Estados Unidos y en China.
La política de la gradualidad
La política de la gradualidad podría ser definida por aquella que opera en el mediano y largo plazo, y que construye sus resultados mediante avances que podrían ser descritos, metafóricamente, como peldaños de una larga escalera hacia la integración profunda.
Dentro del marco de la política de mediano y largo plazo, la gira se enfocó en el aseguramiento más eficiente de los recursos naturales que esta región del mundo provee a la economía china, para lo cual es necesario actualizar la trama de acuerdos comerciales, profundizando el vínculo a través de la cooperación económica. Adicionalmente, mediante la mayor participación china en el desarrollo de infraestructura productiva y de conectividad (caminos, carreteras, puentes y puertos, entre otras obras anunciadas), para lo cual China ya ha instalado su apoyo financiero, con la llegada a la región del banco denominado China Construction Bank, Agencia en Chile. De este modo, con un mejor marco de reglas, con obras de conectividad y con apoyo financiero, se pretende mejorar la eficiencia con que los latinoamericanos colocan sus materias primas en sus puertos, a objeto de que ellas puedan ser embarcadas con rumbo a China de manera más eficiente.
Este avance, sin embargo, no se ha traducido en grados mayores de compromiso entre China y América Latina y el Caribe, de modo de incorporarla de manera más profunda y estable dentro de la cadena china global de valor, más allá de proveer materias primas, incluso en un grado de elaboración que en algunos casos ha tendido a la re-primarización, como ha sido el caso de la soya argentina que hace un tiempo se exportaba a China como salsa y hoy solo como grano.
Esta percepción se refuerza aún más cuando se analiza la inversión china directa en América Latina y el Caribe, y se constata, como lo ha hecho el profesor Yang Zhimin, que el 83% de ella se concentra en paraísos fiscales, cuyo propósito se enfoca en generar altas rentabilidades por la vía de la exención tributaria y no se relaciona con el desarrollo económico, como sí lo hacen los fondos depositados en bancos de fomento.
En consecuencia, en el plano de la política china de mediano y largo plazo, la visita de Xi Jinping constituye un avance en las relaciones de China con América Latina y el Caribe, pero no se trata de un cambio radical en la matriz de éstas, sino de una nueva e importante etapa, que podría describirse como un escalón más, en una relación que aún tiene mucho espacio para mejorar.
El insospechado efecto Trump
Durante los arduos días de la campaña presidencial por la Casa Blanca, tanto Hilary Clinton como Donald Trump desahuciaron el TPP, señalando que no iban a apoyar su suscripción, cuestión que sí había sido impulsada por el presidente Barack Obama. Una vez realizada la votación y confirmado el triunfo de Trump, éste ha comenzado a ratificar sus anuncios/amenazas proteccionistas. Entre ellos ha confirmado su rechazo a la aprobación del TPP.
Muchos han escrito y dicho que este acuerdo los incluía casi a todos, menos a China, como una estrategia para balancear el enorme poder que esta economía ha acumulado y que nadie, salvo Estados Unidos, puede enfrentar en solitario. Visto de este modo, el TPP era un acuerdo a la medida de las economías, proteccionistas o abiertas, que no estaban siendo capaces de competir con China.
Con el triunfo de Trump, Estados Unidos podría dar un giro robusto hacia el proteccionismo y en la implementación de tal política, no solo podría revisar cada uno de los tratados suscritos por Washington en el pasado, sino que exigir privilegios que resultan inaceptables en un mundo que se volvió global no solo para las oportunidades, sino que para las amenazas; no solo para los países medianos y pequeños, sino que para los grandes y fuertes.
En este mundo global, en donde muchos demonizaron a Estados Unidos y su política de Consenso de Washington, signándolos como los grandes beneficiados de la apertura, muy pocos advirtieron que la gran perdedora era la industria de Estados Unidos y la gran ganadora era la economía china. Trump suscribe este último diagnóstico y sobre esa base no solo hizo su campaña, sino que, aparentemente, elaborará su política económica internacional.
En este contexto, el gran ganador de la llegada de Trump al poder y del fracaso del TPP será China. Pero también el resto de la comunidad de países intermedios y pequeños que ahora, con una economía estadounidense volcada hacia dentro, tienen una opción de dialogar en un contexto de menor asimetría, respecto del futuro y con una mirada puesta en la liberalización a los que la mayoría de los países ya se adaptó.
¿Será esto posible o China se comportará en el futuro como lo han hecho históricamente las otras potencias económicas?