El presidente de Bolivia, Evo Morales, en reciente conferencia de prensa denunció “la utilización de la Alianza del Pacífico para torpedear Unasur” (ABI. 14.10.2013). Esta es la última ocurrencia que, como otras demasías similares, será otra mala anécdota.
Esta vez se trata de un exceso verbal como los que han expresado los dirigentes de los países agrupados en la ALBA solamente contra Estados Unidos. Ahora se fue más lejos: implícitamente se acusó a México, Colombia, Perú y Chile de servir, como dóciles instrumentos del “imperio”, para “dividir Unasur”. Es más: “... los Estados (miembros) del tratado del Pacífico es (sic) una conspiración que viene del norte y que Unasur no avance en la liberación (política y económica) definitiva”.
Por supuesto que se trata de una nueva afirmación deleznable que, si no proviniera de un jefe de Estado, quedaría solo como una bravata insensata e intrascendente. Tratándose de vecinos y de un país de gran presencia en el continente como México, puede que esto no quede inadvertido.
Algunas consideraciones. La Unasur –Unión de Naciones Suramericanas– tiene entre sus objetivos principales “construir, de manera participativa y consensuada, un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente, entre otros, con miras a eliminar la desigualdad socioeconómica, lograr la inclusión social y la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías en el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados”. Hasta aquí no hay nada muy extraño. Quedó establecido que se procura erigir “un espacio de integración”, con algunos adornos: “la unión en lo cultural, social, económico” de sus pueblos, pero sin dejar de lado, el designio neo populista de expandirse para uniformar políticas.
Pero no se sabe, hasta ahora, que Unasur haya avanzado en la integración. En cambio, sí fue solícita cuando se trató de apoyar políticamente y con parcialidad a los gobiernos neopopulistas. Su sectarismo se puso en evidencia cuando tomó conocimiento de los sangrientos sucesos de Pando en Bolivia y los cambios de presidentes en Honduras y Paraguay. Pero, pese a las duras declaraciones, tampoco se le advierte una acción consecuente para fortalecer la democracia como lo establece su tratado constitutivo, ya que los elementos de la democracia –respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales; acceso al poder y su ejercicio con sujeción al estado de derecho; celebración de elecciones periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal, régimen plural de partidos y organizaciones políticas; y separación e independencia de los poderes públicos (Carta Democrática Interamericana)– están ostensiblemente ausentes en varios de sus países asociados que participan en la formulación de las enérgicas protestas en el organismo.
La inoperancia de Unasur, contaminada por la ideologización, no se la puede atribuir a designios de extraños; es que está empeñada –por la inicial influencia de la Venezuela chavista, acompañada por sus socios de la ALBA- en lograr unos objetivos del neopopulismo poco probables de alcanzar: aislar a Estados Unidos y a Canadá, excluyendo, además, a México y a los países de América Central y del Caribe.
Unasur entró en plena vigencia el 11 de marzo de 2011, es decir, casi tres años después de haberse suscrito su Tratado Constitutivo de 23 de mayo de 2008. De los cinco años siguientes (2008-2013) hay poco por rescatar como pretendido organismo de integración. No se puede ignorar que las dificultades y desencuentros en el marco del Mercosur son obvias dificultades adicionales para la concertación de acuerdos de integración en el seno de Unasur.
Sin embargo, el objetivo central de la Alianza del Pacífico es “alentar la integración regional, así como un mayor crecimiento, desarrollo y competitividad” de las economías de sus países que se comprometieron a “avanzar progresivamente hacia el objetivo de alcanzar la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas”. Los países que la integran, reunidos, son la sexta economía en el mundo.
Por eso, es frustrante que el actual presidente del país –de la Bolivia que deseaba erigirse como “tierra de contactos y no de antagonismos”– sea promotor y autor de amenazas, dando rienda a la intolerancia. Bolivia, merece una voz serena y propositiva. Con una excepcional ubicación en América del Sur, Bolivia recibe gravitaciones –y a la vez las proyecta– de sus cinco vecinos del Pacífico y del Atlántico. Participa de las cuencas hidrográficas del Amazonas, del Río de la Plata y la Central de los Andes, lo que puede significar un mayor flujo comercial hacia sus vecinos y a ultramar. Su hipotética adhesión a la Alianza del Pacífico, habría abierto mejores oportunidades para nuestro comercio que las que puede ofrecer Unasur, o un Mercosur dominado por los dos grandes de nuestra región, y también ya ideologizado.
Pero lo último que se pierde es la esperanza, dice el refrán. Ojalá sea así, y se rectifiquen rumbos equivocados y terminen las acusaciones y diatribas inaceptables.