A las caravanas de migrantes que han llegado a México y avanzan aún más hacia el norte se les han atribuido un origen artificial y objetivos siniestros. Especialistas consultados por DW ofrecen una perspectiva diferente.
En Centroamérica se libra una guerra de narrativas sobre la naturaleza de las más recientes “caravanas” de migrantes que han llegado a México y avanzan aún más hacia el norte. Algunos describen las movilizaciones de unos nueve mil hondureños, salvadoreños y guatemaltecos como un proyecto “inorgánico” impulsado por una alianza de políticos autocráticos latinoamericanos y grupos económicos poderosos con miras a empañar la imagen del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y sus partidarios, de cara a las elecciones de mitad de mandato que se celebraban este martes. Este 5 de noviembre, los jefes de Gobierno de Honduras y Guatemala anunciaron que investigarían y sancionarían a los instigadores de esa numerosa peregrinación.
Se rumora que los mandatarios de Venezuela y Nicaragua –actualmente en la mira del mundo bajo el cargo de violar sistemáticamente los derechos humanos de su población– auspician las caravanas en cuestión para distraer la atención de sus desmanes.
El Gobierno de Honduras acusó al opositor Partido Libertad y Refundación (LIBRE) de ser un “títere” del hombre fuerte de Caracas, Nicolás Maduro, y de haber persuadido de emigrar a tres mil compatriotas desesperados para congraciarse con el líder venezolano; el periodista Bartolo Fuentes, otrora diputado de LIBRE –una formación coordinada por el expresidente Manuel Zelaya–, dijo haber salido temporalmente de su país por temor a ser imputado como promotor de las caravanas.
“El Derecho Internacional no contempla penalidades para quienes les presten asistencia a migrantes. No obstante, los Estados pueden castigarlos si esa ayuda es clasificada como un acto de guerra o una actividad con fines delictivos. Los tratados en materia de derechos humanos obligan a todos los Estados a permitir que sus ciudadanos abandonen su territorio cuando quieran. Pero, si bien ningún Estado tiene el deber de detener a los migrantes que crucen su territorio para llegar a otro país, ningún Estado tiene el deber de acogerlos. Ese vacío legal pone a los migrantes en una posición vulnerable. Para ellos rige el Derecho del refugiado”, aclara Frank Wolff, del Instituto para la Investigación de la Migración y los Estudios Interculturales (IMIS), de Osnabrück.
Alianza para la Prosperidad, un plan infructuoso. Para Wolff, la pregunta de rigor es hasta qué punto llegarán los Estados en su afán de criminalizar el socorro ofrecido a migrantes, restringir el auxilio humanitario a las zonas fronterizas y dificultar la obtención de asilo. “En lugar de colaborar para incidir sobre las causas de los desplazamientos humanos descontrolados, normas existentes están siendo redefinidas, y las que no existen están siendo creadas para frenar los flujos migratorios. Eso es lo que se ha hecho en la frontera sur de Estados Unidos en los últimos veinte años: cruzarla es un delito penado con cada vez mayor dureza pese a que quien lo hace y pide asilo tiene derecho a ver su petición procesada. En muchos sentidos, la migración es un asunto administrativo y de cooperación”, enfatiza el experto.
Los críticos de las caravanas les atribuyen un origen artificial y objetivos siniestros: provocar una crisis humanitaria y enfrentamientos violentos en la zona donde colindan México y Estados Unidos. Otras voces alegan que, tal como están las cosas en Centroamérica, sus habitantes no necesitan ser azuzados ni sobornados para buscar un futuro más benévolo en otras latitudes. El Plan Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de América Central -financiado por Estados Unidos tras la crisis de los niños migrantes de 2014 para mejorar las condiciones de vida en la región y desalentar la emigración- no parece estar cumpliendo su cometido. Entre 40.000 y 50.000 migrantes siguen entrando a Estados Unidos irregularmente cada mes, apunta Wolff.
“Seamos realistas: como movimiento social, por su tamaño, y como tópico, por la cobertura mediática que se les ha dado, las caravanas pueden ser instrumentalizadas en cualquier dirección: por Gobiernos, entidades públicas, privadas o criminales. Pero ellas se formaron espontáneamente y fueron creciendo progresivamente porque sus integrantes se sienten más seguros caminando juntos que desperdigados. En ese sentido, las redes sociales fueron de gran ayuda. También es importante tener en cuenta que estamos hablando de miles de personas con metas distintas: no todas sueñan con asentarse en Estados Unidos. Esos contingentes crecieron y se redujeron porque cada día hay cientos de migrantes que se les unen y se separan de ellos”, comenta Wolff.
Caravanas: camino peligroso, tránsito seguro. “Congregaciones de esta índole son manifestaciones de un proceso social que no es nuevo, pero las caravanas que hoy nos ocupan son llamativas por el momento en que ocurren: ellas coinciden con los comicios legislativos que marcan la mitad de la gestión de Trump y con la asunción de la presidencia de México por parte del progresista Andrés Manuel López Obrador”, señala, por su parte, Günther Maihold, subdirector de la Fundación Ciencia y Política (SWP), de Berlín, sugiriendo que esa es una de las razones por las cuales se proyectan tantos escenarios sobre este particular fenómeno de masas. Puede que Maduro y Daniel Ortega vean las caravanas como una afrenta a la Casa Blanca y se regodeen en ello, pero, a juicio de Maihold, ninguno de los dos las espoleó.
El especialista del SWP no ve conspiraciones detrás de estas marchas multitudinarias. “A mí no me extraña que tantos hondureños, salvadoreños y guatemaltecos les hayan dado la espalda a sus países. Yo diría que ‘votaron con los pies’ –parafraseando al autor de Salida, voz y lealtad, el teórico Albert Otto Hirschman (1915-2012)– porque perdieron la fe en las posibilidades de cambio que ofrecen las urnas”, esgrime Maihold, trayendo a la memoria los motivos que llevan a tantos centroamericanos a abandonar la tierra natal: el limitado acceso a fuentes de empleo, educación y servicios públicos, el deterioro del tejido social, la pobreza, y las altas probabilidades de ser víctima de bandas delictivas, de la violencia política o de género.
“Tampoco me sorprende que haya activistas y organizaciones no gubernamentales asistiendo a los migrantes, conscientes de los riesgos que esa gente corre en su camino por Centroamérica y México”, agrega el politólogo de Berlín. Frank Wolff, del IMIS, coincide en ese punto: “El carácter de estas caravanas es descentralizado, pero ellas funcionan como un imán para muchos centroamericanos que se proponen cruzar la geografía mexicana hacia el norte porque proporcionan la sensación de seguridad. Las mujeres, los jóvenes y los niños –las personas más susceptibles de ser objetos de crímenes violentos, tráfico humano, esclavización y explotación sexual, entre otros delitos– son los más beneficiados por la cohesión de las caravanas”, arguye el historiador de Osnabrück.
¿Duelo en la frontera? “Desde luego, no creo que las caravanas lleguen como un monolito hasta la frontera mexicano-estadounidense, como Trump y sus simpatizantes imaginan”, subraya Wolff. “Es irracional desde cualquier punto de vista contar con que miles de migrantes llegarán juntos al Río Bravo soñando con que les tiendan un puente para cruzarlo. Lo lógico es que se dispersen y sigan sus caminos formando grupos más pequeños a lo largo de la porosa línea fronteriza hasta conseguir oportunidades para franquearla. Sólo así tendrán posibilidades de entrar a Estados Unidos, y todos ellos lo saben. Así lo han estado haciendo durante los últimos cinco o seis años. Estas caravanas son inusualmente grandes, pero no son las primeras”, recuerda Maihold.
A ojos de Wolff, estas movilizaciones han sido descritas desde Washington como un ataque a la soberanía de Estados Unidos porque el fenómeno de la migración, en general, es concebido como un arma o una agresión sistematizada. “Es evidente que Trump hace propaganda con motivo de las elecciones del 6 de noviembre y que su jerga racista rinde frutos; no por nada recurre a estereotipos antisemitas al decir que el empresario judío George Soros financia las caravanas para acabar con el ‘estilo de vida estadounidense’. Por un lado, eso explica el lenguaje bélico con que se hace alusión a los migrantes y la militarización de la frontera de su país. Por otra parte, esa retórica luce hueca porque no tiene sentido apostar soldados en la frontera”, sostiene.
“Los militares estadounidenses no pueden hacer lo que les dé la gana, ni siquiera de su lado de la frontera, si no existe una guerra declarada. La Guardia Fronteriza es la única instancia que tiene injerencia sobre el ámbito en cuestión”, añade Wolff. Pero eso está por verse. El 1 de noviembre, Trump alertó que los soldados y los guardias nacionales podrían abrir fuego contra los migrantes si a alguno de ellos se le ocurre lanzarle una piedra a un uniformado. Al día siguiente se desdijo, pero esa es una advertencia difícil de olvidar. Sobre todo, considerando que milicianos civiles identificados con el discurso xenófobo de Trump prometieron apoyar a las fuerzas de seguridad estadounidenses con sus propias armas en distintas regiones fronterizas.