Justificado estupor ha causado en América Latina y el mundo la decisión de los ciudadanos de Estados Unidos de elegir presidente al candidato que mejor combina la ignorancia y el aplomo en la historia de la democracia norteamericana. Basta revisar lo que dijo Donald Trump en la campaña presidencial, y lo que ha hecho en su doble carrera de magnate inmobiliario de lujo y estrella de televisión, para constatar que tiene dos talentos útiles para la Casa Blanca: sabe conseguir cobertura de prensa y es campeón para vender la marca Trump.
También se constata que miente con total desenvoltura. Se ha hecho millonario con capitales ajenos, casi no paga impuestos y opera rutinariamente al borde de la ilegalidad. A ese sólido perfil moral, Trump agrega su conocimiento y sus convicciones: desdeña los tratados internacionales, desconoce párrafos claves de la Constitución estadounidense, promueve la tortura como herramienta de guerra y usa la amenaza para negociar en tiempos de paz. Inventa cifras para fundamentar sus opiniones, expulsa de sus conferencias de prensa a los periodistas que hacen preguntas que no le gustan y opina que la solución para el Medio Oriente es tirar más bombas.
Estados Unidos ha elegido presidente a un hombre blanco que se mofa en público de los discapacitados, insulta una y otra vez a las mujeres, habla mal de los hispanos legales e ilegales, ignora a los negros, quiere prohibir el ingreso de musulmanes y calumnia a los mexicanos, lo cual incluye por extensión a todos los latinoamericanos. Y cuando le hacen ver que puede haber ofendido a alguien, no reconoce error ni pide disculpas. Los discursos de Donald Trump son un llamado a derrocar el establishment político, personificado en Bill y Hillary Clinton, y a desmantelar la obra de ocho años del gobierno de Barack Obama. Con fervor revolucionario, Donald Trump repitió el mismo discurso durante toda su campaña, sazonándolo con vitriolo racista, nacionalista, militarista, machista, xenófobo, violentista y un par de execraciones más.
Y lo eligieron presidente. Absolutamente todos los medios de comunicación supuestamente influyentes le dieron su apoyo a Hillary Clinton, pero eso le dio más votos. Se equivocaron casi todas las encuestas y predicciones, y en los grupos demográficos que le dieron la victoria a Obama, en 2008 y 2012, los mismos grupos que Trump insultó y ridiculizó, sacó más votos que los candidatos republicanos John McCain en 2008 y Mitt Romney en 2012 .Le dieron su voto el 42% de las mujeres, el 37% de los menores de 30 años, el 29% de los hispanos. Incluso en un grupo que siempre le dio amplias mayoría a Clinton en las encuestas, los blancos con estudios completos de posgrado, Trump tuvo el 49% de las preferencias (aunque cabe notar que tuvo menos votos totales que Clinton y que, comparando con las elecciones anteriores, votaron casi seis millones de personas menos).
Prácticamente todas las encuestas y pronósticos se equivocaron, evidenciando que parece haber sido cierta una versión transmitida de boca en boca que circuló insistentemente en las dos semanas previas a la elección: Trump tenía muchos partidarios “tapados” que no decían que iban a votar por él. Y es razonable. No es motivo de orgullo votar por un tipo que dice tanta brutalidad.
El veredicto de las urnas fue sonoro: la mitad del país no está contento y quiere un cambio brusco. Esa casi mayoría no ve los beneficios que les ha traído la globalización y sí ve cómo vive una élite privilegiada y globalizada que acapara educación, conocimientos, fama, dinero y poder. La mayoría reacciona pensando que es la globalización la culpable de la desigualdad y de que ellos se hayan quedado atrás. Trump los ha entendido y prometido una solución obvia y equivocada: echar pie atrás, revertir la globalización, renegociar o desmantelar los acuerdos de libre comercio. También ha prometido algunas, muy pocas, cosas acertadas, como renovar la infraestructura caminera y aeroportuaria.
Con Trump no ha ganado precisamente un líder del mundo libre, pero es el candidato que ganó. Tenemos que aprender a vivir y a convivir con él durante los próximos cuatro años y pensar que no serán ocho. Hay que hacerle entender que los discursos incendiarios son para los reality, no para la realidad; que el objetivo del gobierno no es tener más rating, sino crecimiento económico, igualdad de derechos y de oportunidades para todos, paz, mejores relaciones entre los países y bloques del mundo, crecimiento económico y mayor equidad en la repartición de la torta.
El partido republicano debiera tener un papel clave en esto, porque le dio a Trump la plataforma para llegar a la presidencia. Trump les debe mucho a los republicanos y también los necesita, porque no puede gobernar solo. Los grupos más extremos y menos numerosos que también lo apoyaron, como fundamentalistas cristianos, ultranacionalistas blancos de ALT-Rigth, tampoco tienen experiencia de gobierno. Trump deberá hacer algo de lo que ellos esperan (un intento de revertir la legalidad del aborto suena como probable, porque ha ido ganando terreno entre los norteamericanos), pero es difícil que de alguno de esos grupos emerja un miembro importante del gabinete o un diseñador de políticas públicas competente. Donald Trump tiene que gobernar con el partido republicano y con algunos de sus colaboradores en la vida empresarial.
La presencia suavizante y pragmática del partido republicano comenzó a notarse en las últimas semanas previas a la elección.Trump se calmó, dejó de insultar y mostró una cara mucho más civilizada que la que tuvo en los 17 meses anteriores. Eso coincidió con la filtración de una carta del director del FBI, James Comey, anunciando una segunda investigación sobre los emails de la candidata Clinton, para decidir si eran merecedores de una acusación judicial contra ella. Esa segunda investigación decidió a algunos a último minuto a votar por Trump y en el comando Clinton fue visto como una bomba molotov lanzada a última hora para hacer que Hillary perdiera la elección. Puede que sí, puede que no, pero no es imposible pensar que el partido republicano le haya pedido a Trump que bajara el tono de su discurso, porque eso lograría que pasara algo que lo ayudaría a ganar.
La tarea para el partido republicano no es fácil. De acuerdo con el discurso público de Trump en la campaña, el voto por él es un voto que significa un cambio radical en la convivencia política estadounidense. Al elegirlo, EE.UU. renuncia a varios de sus pilares normativos y políticos: libre comercio, respeto a las minorías, puertas abiertas a perseguidos y refugiados, el uso de su poder militar en todo el mundo con el fin de preservar la Pax Americana como pivote clave en el sistema de alianzas políticas y militares.
En pocas palabras, los votantes han decidido que quieren un cambio radical en la conducción del país y que ese cambio incluye el aislacionismo. Cerrar fronteras, cerras puertas, cerrar flujo de personas, de bienes, de ideas.
Los sujetos de este cambio hacia la barbarie son los estadounidenses que se sienten marginados de los beneficios de la globalización. Otros, atemorizados por los cambios sociales donde la mujer tiene el papel más preeminente y libre que se merece. Y, unos terceros, manipulados por más de una década de interesadas mentiras mediáticas, que creen que el Cambio Climático es un invento anti-estadounidense.
Ven a los Clinton como representantes del liberalismo aliado al mundo financiero, herederos de Reagan y Thatcher, ciegos ante la desigualdad social. Obama, con coeficiente intelectual de genio, al igual que los Clinton, graduado de Harvard, multiétnico y educado en varios países; es la encarnación del privilegiado de la globalización y además negro. Eso nadie se ha atrevido a decirlo, ni siquiera Trump, pero es razonable pensar que es la base más dura de apoyo a Trump, los que sedujo primero, son los blancos sin educación universitaria que trabajan con las manos en vez de trabajar con la cabeza, y que la nueva economía dejó atrás. Entre los partidarios de Trump hay muchos que odian ciegamente a Obama, y no es casualidad que el Ku Klux Klan le dio su apoyo al candidato republicano (apoyo que finalmente fue rechazado por Trump). Y no puede ser casualidad que el único grupo demográfico donde los demócratas casi no perdieron votos fue entre los negros. El 86% de ellos le dio el voto a Clinton.
¿Qué hará Trump? Es un oportunista y acomodaticio, por lo que es muy difícil responder esa pregunta. Como narciso enfermo, probablemente tomará medidas mussolinianas contra islámicos, inmigrantes, mexicanos, quizá también contra los negros fomentando la violencia policial. Probablemente mellará o anulará tratados comerciales, incluído con México y otros países latinoamericanos. Pero también tendrá que gobernar con apoyos, escuchar a los intereses industriales y comerciales que eventualmente podrían limitar el daño que puede provocar. No lo sabemos.
Probablemente Trump no cree nada de lo que dice y ha dicho, y por eso hemos entrado a una era de extraordinaria impredictibilidad. Y la mayor amenaza estará en cómo se desenvuelve su aislacionismo global por un lado, versus sus veladas amenazas de ser el cowboy nuclear, por el otro.
Trump, sin duda, no era el candidato de América Latina. Ni hablar de México. Es probable que su proteccionismo lo lleve a lanzar guerrillas comerciales contra productos agrícolas y agroindustriales brasileños, argentinos y hasta chilenos. Un sano pragmatismo aconsejaría a los países latinoamericanos, y a sus empresas, seguir acomodándose al cambio mundial, estrechando relaciones con Asia y China, profundizarlas con Europa. Esto es un proceso ya en curso, excepto en México, donde Trump puede gatillar un cambio histórico, y en parte en Centroamérica. Mucho dependerá de qué harán las multinacionales con inversiones en México, por supuesto.
El nuevo presidente puede golpear de una manera indirecta, pero hasta más grave a la región: presionando por una fuerte alza de las tasas de interés a la FED (como la ha anunciado) y siendo fiscalmente irresponsable. Porque, si los estadounidenses querían un presidente fiscalmente responsable con un buen programa económico para estimular el crecimiento, deberían haber mirado en otra dirección. Trump bajará los impuestos creyendo que la desacreditada Curva de Laffer (menos impuestos=más inversión privada automática) es efectiva. Como no lo es, su déficit fiscal se expandirá y cabe la posibilidad de que su megaprograma de obras públicas genere inflación en su tercer/cuarto año de gobierno.
Con Trump, EE.UU. puede dejar de ser el faro de América Latina La región, sus países y empresas deben esforzarse por ampliar y profundizar su portafolio de relaciones comerciales, de inversión y políticas.
No deja de ser irónico que quienes creen que Estados Unidos está en decadencia y que hay que encerrarse para hacer que vuelva a ser grande; quienes votaron por Trump y quieren un golpe de timón gigantesco, van a ser los causantes de que Estados Unidos pierda su rol de líder político y económico, y de modelo a imitar por el resto del mundo.