En septiembre de 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas puso en marcha la Agenda 2030 para implementar los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS). Desde entonces, esta idea y estos planes de acción han ido calando en el mundo entero. Con lentitud, pero con pasos firmes, se va tomando conciencia de la necesidad de jugar un papel activo para la consecución de los ODS, cuya principal misión sigue siendo la erradicación de la pobreza.
Los “objetivos de desarrollo del milenio”, predecesores de los ODS entre 2000 y 2015, lograron alcanzar los objetivos propuestos en materias como la reducción de la pobreza, el acceso al agua potable o la igualdad en el acceso a la educación primaria. Este relativo éxito hace que los ODS se miren con cierta esperanza, con un énfasis más social y medioambiental que sus predecesores.
Desde el Sovereign Wealth Lab de IE Business School, hemos visto crecer el interés de los fondos soberanos por entender los riesgos y oportunidades de largo plazo: el envejecimiento de la población, la urbanización acelerada, el surgimiento de las clases medias en Asia, etc. También, el cambio climático y los objetivos de desarrollo sostenible.
El tema principal de la penúltima conferencia anual de los fondos soberanos, en Nueva Zelanda, allá por 2016, en las mismas fechas en que Trump llegaba al poder en Estados Unidos, fue: “invertir en un clima de cambios”, en clara alusión a las tensiones geopolíticas que nacieron entonces y a los riesgos y oportunidades que entraña el cambio climático, que ocupa un lugar central en los ODS y la Agenda 2030.
Los fondos soberanos gestionan 7,5 billones (denominados trillion en la nomenclatura anglosajona) de dólares. Agrupados, representan una riqueza solo superada por el PIB de Estados Unidos, China e India. Los fondos soberanos serían la cuarta potencia económica mundial. Además, como resaltan los informes que publica el Sovereign Wealth Lab, no se trata de decenas de inversores. Seis gobiernos (Noruega, China, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Arabia Saudí y Singapur) controlan el 87% de la industria. Es decir, la movilización de la mayoría de los activos de los fondos soberanos no es una tarea tan dispersa e impensable como pudiera parecer.
De hecho, el objetivo del reciente trabajo elaborado por UN Environment, la agencia de Naciones Unidas con sede en Ginebra encargada de coordinar la acción en temas medioambientales, es el de movilizar recursos de fondos soberanos hacia los ODS. El informe estima que los fondos soberanos invirtieron 11.000 millones de dólares en “activos verdes” en los últimos tres años; esto es, un 0,15% del total de activos de la industria. Y cerca del 7% del total invertido por los fondos soberanos en esos tres años.
Fondos soberanos de países en desarrollo como China, Marruecos, Arabia Saudí, Singapur o Emiratos Árabes Unidos están invirtiendo en infraestructuras verdes, directa o indirectamente a través de fondos especializados. Sin embargo, aún no han desarrollado estrategias para integrar de manera consistente criterios climáticos en el proceso de inversión. Entre los países en desarrollo, destaca la inversión de Masdar, filial del emiratí Mubadala Investment Company, que ha invertido 2.700 millones en proyectos de energía renovable con una capacidad superior a 1,1 gigawatios.
En el caso de los fondos soberanos de países en desarrollo, destacan las acciones de Nueva Zelanda, Noruega, Francia y Australia. Los dos primeros han logrado integrar criterios de clima en su proceso regular de inversión. Los fondos soberanos de ambos países, lideran el grupo de fondos soberanos verdes con estrategias de desinversión y des carbonización de carteras.
El informe de UN Environment destaca que los fondos soberanos aún tienen que superar ciertas barreras para aumentar sus inversiones verdes de manera sistemática. Las tres principales son el aparento conflicto entre rentabilidad e inversiones verdes (doing good by doing well) que frena a muchos fondos que tiene un deber “fiduciario” de preservar y hacer crecer la riqueza nacional; la falta de presión social, sobre todo en mercados emergentes, para invertir con criterios sostenibles; o los costes que implica realizar el análisis de la huella de carbono de las carteras de los fondos soberanos.
A estas barreras se suma, además, el debate abierto sobre la mejor manera de conseguir cambios. ¿Es mejor desinvertir de empresas altamente contaminantes o mantenerse en el accionariado ejerciendo un papel activo para lograr cambios en la estrategia de la compañía y mejorar sus políticas de sostenibilidad?
En el aspecto positivo, destaca que un grupo cada vez mayor de fondos soberanos ha mejorado sus capacidades de inversión en los últimos años con la entrada en sectores privados más complejos. Estos fondos están hoy día más capacitados para invertir en activos o fondos sostenibles de infraestructura, agricultura o transporte, tan críticos para la consecución de los ODS. Además, muchas de estas inversiones tienen un horizonte temporal de largo plazo que encaja bien con la visión de los fondos soberanos.
Además, bajo el auspicio del presidente Macron, en diciembre de 2017 se creó un grupo de trabajo –One Planet SWF Working Group-, formado por seis fondos soberanos, para diseñar criterios climáticos de inversión, que podrían desatascar una inversión tan masiva como necesaria para esta tarea de todos. Aunque incipiente, el papel de los fondos soberanos puede ser determinante para alcanzar los ODS en 2030.