Si va al estadio a alentar a su equipo de fútbol, quiere que pasen dos cosas que, en realidad, son una sola: quiere que su equipo gane y quiere además que el otro pierda. No es posible que el resultado del partido sea que los dos equipos ganen o que los dos pierdan. Si uno gana, el otro perdió.
El fútbol es “un juego de suma 0”. Si su equipo le mete un gol a su rival (+1), el otro equipo tiene un gol en contra (-1). Si suma +1 con -1, el resultado es 0. Solo se gana algo si el otro pierde lo mismo.
Pero hay otros juegos que sí permiten que los dos jugadores ganen. Si usted tiene sed y compra una gaseosa en la bodega por un sol, recibe la bebida que saciará esa sed. Usted ha ganado porque valora la gaseosa más que el sol que le costó.
Pero el tendero también ganó. Si le recibió su sol a cambio de la gaseosa, es porque valora ese sol más que la gaseosa. Ambos jugadores ganan. Y es que el intercambio es un juego colaborativo en el que ambos jugadores (a diferencia del fútbol) pueden ganar. Uno puede ganar más que el otro. Pero los dos han ganado. Es un juego “win-win”, es decir, “ganador-ganador”.
Por eso el resultado del intercambio voluntario (al que llamamos mercado) es, en el largo plazo, el crecimiento económico. Mientras un juego de suma cero solo redistribuye, un juego “win-win” multiplica.Lo curioso es que los seres humanos no percibimos fácilmente la diferencia entre el fútbol y el mercado. Por alguna razón misteriosa, creemos que todos los juegos son de suma cero. Si alguien gana dinero, pensamos que otro perdió dinero. No entendemos que el intercambio crea valor y con ello hace crecer los recursos. Y es que, en el mercado, si uno mete el gol, no necesariamente el otro recibe un gol. El gol suma para ambos (+1 y +1 será igual a dos).
Si usted asiste al debate de virtualmente cualquier ley en el Congreso, advertirá que los congresistas ven el mercado como un juego de suma cero. Por eso en las leyes suelen buscar transferir recursos de un lado al otro. Y buena parte de las regulaciones de todo tipo se derivan de la incomprensión de la diferencia entre el fútbol y el mercado.
Bryan Caplan en su libro "The Myth of the Rational Voter" se pregunta por qué tenemos esa incapacidad para entender los juegos "win-win". Constata, además, que los políticos (y en especial los congresistas) son así porque los votantes también son así.
Lo invito a escuchar cualquier entrevista a un parlamentario explicando por qué una ley debe regular el mercado y verá que casi siempre está viendo el intercambio como un "juego de suma cero". Dirá que "la ley debe evitar que uno gane demasiado a costa de los demás".
Caplan ensaya como hipótesis que quizás la razón de la incomprensión humana está en que para nuestro cerebro es más fácil entender operaciones de suma y resta que operaciones de multiplicación.
Pensamos en los recursos como un stock constante y que la única manera de que haya menos pobres es que haya menos ricos. La paradoja es que así elegimos multiplicar la pobreza en lugar de crear más riqueza.
*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org.