Si usted está leyendo esta columna, hay una gran probabilidad de que tenga una cuenta en Facebook. Por mi parte, hace años la cerré cuando me encontré en una revista una serie de fotos que había subido a esta plataforma. No me gustó nada esta violación a mi privacidad. Años después vendría el escándalo de Cambridge Analytica. La consultora electoral británica había tenido acceso a las cuentas de 50 millones de usuarios de Facebook. Utilizó la gran información que cada persona sube a la plataforma —sus gustos, odios, costumbres, etcétera— para diseñar campañas hechas a la medida de cada individuo, con mensajes personalizados, a favor del candidato republicano, Donald Trump.
Con sus 2.4 miles de millones de usuarios en el mundo entero y un valor de 532 mil millones de dólares en la Bolsa de Valores, Facebook se ha convertido en una de las empresas más poderosas del planeta. Es dueña, además, de Instagram, WhatsApp y Messenger. Sin temor a equivocarme, es una de las empresas que más información tiene sobre miles de millones de personas, información que, obviamente, usa para ganar dinero de muchas maneras.
Yo, que creo en las virtudes del capitalismo, no tengo ningún problema de que una empresa busque y encuentre formas creativas para generar utilidades a sus accionistas. Sin embargo, también pienso que hay situaciones en que el Estado debe intervenir para detener prácticas nocivas de una empresa que afectan a la sociedad. Por ejemplo, cuando ésta se convierte en un monopolio. ¿Es Facebook, hoy en día, una corporación monopólica?
Según Chris Hughes, sí. En un imperdible editorial que publicó hace unos días en The New York Times, el cofundador de Facebook, junto con Mark Zuckerberg, propone dividir la empresa que lanzó desde su dormitorio en Harvard hace quince años.
Según Hughes, desde 2011, no ha aparecido otra empresa de redes sociales que pueda competir con Facebook. No hay alternativas. Mientras tanto, en la corporación, que sigue dirigiendo Zuckerberg, se instaló una cultura de crecer a toda costa para dominar el mercado. La estrategia “fue vencer a todos los competidores a la vista, y los reguladores y el gobierno de manera tácita, y a veces explícita, dieron su aprobación”.
Por tanto, hoy no existen ni fuerzas del mercado ni autoridades gubernamentales que vigilen el creciente poder de Facebook. “Esto quiere decir que cada vez que Facebook comete un error, repetimos un patrón agotador: primero nos indignamos, después nos decepcionamos y, por último, nos resignamos”, concluye Hughes.
El tema tiene una importante arista política. “El aspecto más problemático del poder de Facebook es el control unilateral de Mark sobre el discurso. No hay precedentes de su capacidad para monitorear, organizar e incluso censurar las conversaciones de dos mil millones de personas”.
Hughes cuenta de un episodio en que Zuckerberg personalmente dio la orden de borrar mensajes que invitaban a un genocidio en Myanmar en 2017. Desde luego que era la decisión correcta. Pero, ¿por qué tiene que ser el director general de una empresa el que decida qué sí y qué no pueden leer los usuarios de su plataforma? ¿Quién eligió a Zuckerberg para desempeñar ese cargo? ¿Acaso no podría hacer lo mismo, es decir, censurar, en otros países como Estados Unidos?
Facebook es una compañía que nació y creció en un país democrático liberal donde existen pesos y contrapesos para evitar los abusos de poder. Hughes cree que llegó el momento de que el gobierno estadunidense le imponga límites al poder de Zuckerberg. ¿Cómo? “Rompiendo el monopolio y regulando la compañía para que ésta le rinda cuentas al pueblo americano”.
Hughes propone que el gobierno obligue a Facebook a vender Instagram y WhatsApp. Luego, imponerle una veda para que pueda comprar nuevas compañías tecnológicas que están surgiendo en el mercado y que podrían representar algún tipo de competencia a Facebook.
Hughes plantea, además, la creación de una agencia gubernamental para regular a las empresas tecnológicas con un primer mandato: “proteger la privacidad” de los usuarios. La Unión Europea, al parecer, ya está encaminándose a un esquema de este tipo. Y va más allá: “La agencia debería crear pautas de discurso aceptable en los medios sociales”, una idea que él mismo considera muy ajena a la libertad de expresión a la que están acostumbrados los estadunidenses.
Se trata de propuestas muy intervencionistas y audaces. No sé si me convencen del todo, pero de lo que estoy cierto es que algo hay que hacer con el creciente poder económico y político de Facebook.
*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.