En el contexto empresarial, históricamente la creación de valor para los accionistas ha sido entendida y enfocada casi exclusivamente como la generación de valor "económico y financiero" en beneficio de un reducido grupo de accionistas mayoritarios, quienes generalmente controlan las empresas. Sin embargo, los tiempos han cambiado y los modelos de negocio (organizaciones, empresas, proyectos, emprendimientos, etc.) se han visto expuestos sensiblemente a factores de contexto (culturales, sociales, ambientales, regulatorios, etc.) que han obligado a las organizaciones a ampliar los beneficios, desde el accionista primero, hacia las partes interesadas (stakeholders), y finalmente, hacia la sociedad en sus distintas formas de representación concreta.
Actualmente, la creación de "valor económico y financiero" empresarial no es suficiente para sostener las operaciones y para la subsistencia de la empresa en el largo plazo. No basta ni siquiera la generación del llamado "valor social". Se requiere algo más profundo, denominado "valor ético" o "valor moral", que se constituye en el nuevo requerimiento del mercado. A medida que las empresas crecen, se corporativizan y se vuelven públicas, estas se exponen inevitablemente al escrutinio del mercado, los clientes, el público y los reguladores en clara protección de los intereses del accionista minoritario, el inversionista, el cliente y el público en general. Este nuevo escenario plantea serios retos para la organización empresarial donde las empresas requieren transformarse internamente para adecuar sus actividades a este nuevo contexto en el cual surgen a la vez nuevas necesidades de capacidad que la organización debe desarrollar para sobrevivir en el mercado.
Las nuevas capacidades requieren la eliminación de los vicios tradicionales que han derivado en serios problemas de gobernanza ética, los que a su vez se han traducido en enormes casos de corrupción cuya fuente ha sido principalmente una combinación perversa entre un desmedido apetito económico de un sector del empresariado y un sistema podrido de burocrática administración pública, en un contexto de crisis generalizada de valores, donde la línea del conflicto de intereses, la confidencialidad y la independencia, simplemente ha desaparecido.
Frente a esto se requiere una reevaluación profunda de la forma como se conducen las empresas desde la más alta autoridad en el directorio y la gerencia, con miras a detectar y corregir los vicios motores que generan el contexto de esta "crisis ética". Estos vicios se exponen principalmente como metas inalcanzables, incentivos basados solo en lo económico, desprecio por las formas, privilegio del resultado frente al proceso; falta de transparencia, información asimétrica, falta de confidencialidad y ausencia de independencia de partes. El contexto perfecto para alimentar la crisis hasta destruir todo vestigio de valor que una compañía u organización puede tener.
Sin embargo, detectar y corregir los vicios o factores de falla no es suficiente. Se requiere prevenir y predecir para lograr implementar un nuevo concepto, la "rentabilidad ética", la cual consiste en la capacidad para obtener renta medida como utilidad moral a partir de los activos empresariales que la empresa dispone para actuar en el mercado, donde la utilidad moral se obtiene al generar productos, servicios, beneficios, emociones y experiencias con una sólida base de responsabilidad, seguridad y equidad para la sociedad en su conjunto. Estas nuevas métricas deben ser parte del sistema de incentivos que la organización promueve para su subsistencia de largo plazo, procurando a la vez la orientación de las personas correctas. Un reto que la sociedad demanda para las empresas del presente que quieran sobrevivir y crecer en el mercado.