Imaginen un auto recién salido de fábrica en las ciudades alemanas de Sindelfingen o Wolfsburgo. Da igual que sea un Mercedes Clase E o un Volkswagen: hace mucho tiempo que la etiqueta de "hecho en Alemania” no concuerda con la realidad. Tal vez un cuarto de las piezas utilizadas procede de las propias automotrices y sus proveedores, pero son vehículos fabricados con componentes de todo el mundo. Eso implica un enorme despliegue logístico, la conocida como "gestión de las cadenas de abastecimiento” supone un reto gigantesco. Y si un contenedor que trae importantes piezas desde China no llega al puerto de Hamburgo, las fábricas de Sindelfingen o Wolfsburgo podrían quedar rápidamente paralizadas.
Muchas empresas alemanas se imaginan ahora ese posible escenario, no solo las firmas automotrices o de maquinaria, sino también empresas medianas y consorcios bursátiles, así como entidades de salud, en las que se recrudecen las habituales carencias de importantes medicamentos. Sobre todas ellas flota la cuestión de si estamos ante el principio del fin de la globalización. ¿Habrá que replantearse una nueva división internacional del trabajo? ¿Habrá que retirar la producción? ¿Hay alternativa al trabajo de fábrica mundial en cadena que se lleva a cabo desde hace tres décadas?
Retirar producción
Decepción número uno para todos aquellos que piensan que la globalización es la razón de los males del mundo: no hay respuestas fáciles ni cuestiones que puedan zanjarse con un sí o un no. Porque, y en esto no hay duda, la división internacional del trabajo nos ha conducido a un aumento notable del bienestar. No solo en los países industrializados, sino en otros lugares del mundo. Ha convertido países en desarrollo en emergentes y ha rescatado a millones y millones de personas de la más profunda pobreza. Por supuesto que pueden objetarse estándares medioambientales, laborales y sociales. Pero si hubiera que "retirar la producción”, muchas de esas personas perderían sus empleos.
Cuando el presidente estadounidense Donald Trump pronuncia la frase "America first" y promete que recuperará muchos empleos, muchas personas se enfadan. Pero cuando el ministro de Economía alemán, Peter Altmaier, o su homólogo francés, Bruno Le Maire, hablan de crear capacidad productiva en Europa o de "recuperar determinadas áreas de negocios”, apenas se oyen voces críticas. Hay que poder hablar libremente sobre determinadas cosas. Por ejemplo, del sector farmacéutico. Si Alemania, al igual que Francia, depende en un 80 por ciento del exterior –y en un 40 por ciento de China– para el suministro de determinados principios activos de medicamentos, algo tiene que suceder. Pero ¿cómo se llegó a esa dependencia? Porque la producción local era demasiado cara y la presión de los precios para las cajas de salud demasiado elevada. Pero es falsa la impresión de que Alemania está en manos de los chinos en lo referente a muchos productos industriales. La economía alemana, pieza importante y beneficiaria de la división del trabajo, no depende de un solo país. Ningún socio comercial tiene por sí solo una proporción de importaciones y exportaciones mayor al 10 por ciento. Son datos de la Cámara de Comercio y de la industria alemana.
¿Vuelta al siglo XIX?
Está claro que la actual crisis del coronavirus llevará a las empresas a pensar una manera menos compleja de organizar sus cadenas de abastecimiento en el futuro, así como a idear formas de reducir su dependencia de suministros concretos. Tal vez se replantee la cuestión de si las importaciones deben ser recientes o nos podemos permitir mejor tener sitios de almacenamiento. Por supuesto que el almacenaje cuesta dinero, pero si la producción debe parar, como ahora por la pandemia, el precio es mucho mayor.
Pero descarto que hayan quedado atrás los tiempos de fabricar donde la producción sea más eficiente, como sostiene Jörg Wuttke, director de la Cámara de Comercio de la UE en China. Primero porque eso tendría un efecto búmeran sobre uno de los mayores exportadores del mundo, Alemania. Los problemas en el abastecimiento ocasionarán aquí una fuerte ralentización, tal vez comparable con las consecuencias de la crisis financiera mundial. En 2009, la economía alemana retrocedió cinco puntos. Eso sería solo un juego de niños si comparamos con lo que sucedería en caso de que la globalización retrocediera. ¿Volver a la producción nacional? ¿Al siglo XIX? ¿Al proteccionismo? Quien realmente lo desee, tendrá que prepararse un par de buenos argumentos para explicar a la gente la masiva y previsible pérdida de bienestar.