En columnas anteriores sostuve que era probable que los Estados Unidos y China alcanzaran un acuerdo para resolver cuando menos parte de sus conflictos de interés en materia comercial. En la de la semana pasada sostuve que los temas de propiedad intelectual no ameritarían un conflicto prolongado entre Estados Unidos y la Unión Europea, de un lado, y China, de otro. Coincidiendo con esa previsión, un día antes de la publicación de esa columna Donald Trump levantó las restricciones que impedían a empresas estadounidenses ofrecer sus servicios a la compañía china de telecomunicaciones Huawei.
¿Pero qué pasaría si esas previsiones resultaran ser equivocadas y las "guerras comerciales" de los Estados Unidos se prolongaran en forma indefinida?
Comenzaré la respuesta cuestionando la frase en boga ("guerra comercial"). La metáfora de la guerra es equívoca por varias razones. Tal vez la más importante sea que las guerras entre Estados han tenido históricamente como principal causa conflictos por control territorial, los cuales suelen concebirse como juegos de suma cero (es decir, la proporción del territorio que gana una de las partes la obtiene a expensas de las aspiraciones de la otra). Los conflictos comerciales, en cambio, también pueden ser juegos de suma positiva (en donde todas las partes involucradas pueden ganar en forma simultánea) o juegos de suma negativa (en donde todos pierden, como ocurrió durante la Gran Depresión). De otro lado, los conflictos de intereses en juego no se restringen al plano comercial.
En cualquier caso, de persistir por tiempo indefinido las sanciones que los Estados Unidos aplican a sus socios económicos, ese país tendería a perder la base de su poder de negociación: es decir, el hecho de que la economía del resto del mundo depende en una gran proporción de la economía estadounidense. Cosa que ocurre incluso cuando ninguna de las partes involucradas en una transacción proviene de los Estados Unidos (porque, por ejemplo, se utiliza el dólar como medio de pago y la transacción es procesada por el sistema financiero estadounidense).
Esa dependencia se ha mantenido en el tiempo porque las razones para temerla no parecían justificar el enorme costo que implicaría el tratar de evitarla: los Estados Unidos no apelaban sistemáticamente a esa dependencia para sancionar a los socios con los que sostenía conflictos de interés. Eso ha cambiado con Trump, y por eso vemos intentos por revertir parte de la dependencia que diversos Estados y empresas tienen respecto a la economía estadounidense.
La Unión Europea, por ejemplo, ha creado un mecanismo (conocido por sus siglas como Instex), para evitar el sistema internacional de pagos basado en el dólar en sus transacciones comerciales con Irán. Y la empresa china SMIC pronto dejará de cotizar en la bolsa de Nueva York, mientras la empresa china Alibaba pronto comenzará a cotizar en la bolsa de Hong Kong: ambas decisiones tienen como propósito reducir su exposición a la economía (y las posibles sanciones) de los Estados Unidos. De otro lado, una tendencia en curso (el hecho de que las cadenas de suministros internacionales son cada vez más regionales y menos intercontinentales), probablemente se acelere.
De continuar esas tendencias, al final todos los Estados serían menos prósperos, pero estarían menos expuestos a los efectos de las sanciones de los Estados Unidos. Con lo cual ese país vería reducirse su poder de negociación.